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El western ya no es lo que era

El western ya no es lo que era, como bien sabrá el lector, pero es que probablemente, y esto quizás lo ignore, el western nunca ha sido lo que dicen que fue, al menos completamente. A pesar de tratarse de un género muy codificado, con un imaginario muy definido y una batería de temas recurrente (el enfrentamiento del hombre contra la naturaleza, el choque entre civilización y barbarie, la pérdida y la búsqueda, etc.), a pesar de todo ello, el western siempre se mostró permeable a las influencias más dispares o dispuesto a encamarse con géneros de intereses divergentes. Por su cuenta, además, emprendió distintas rutas éticas y estéticas que convierten su estudio en una de las experiencias más gratificantes que le quepa al cinéfilo sin anteojeras. Por mi parte, si los westerns no son lo que fueron se debe, simplemente, al escaso número que se realizan en la actualidad. El género está lejos de su Edad de Oro, pero se niega a ser abatido por las pistolas veloces de otras propuestas narrativas. En los últimos años, incluso, un par de títulos ha conseguido conciliar la expectación crítica y la curiosidad del público, tan diferentes. Me refiero a Brokeback Mountain y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. Vayamos con el primero.

De existir una mayor cultura cinematográfica entre quienes escriben sobre cine, imagino, muchos de los comentarios vertidos a propósito de Brokeback Mountain (2005) jamás se habrían hecho. A quienes dejó boquiabiertos aquel romance homosexual dentro del género viril por antonomasia deberíamos recordarles que si la homosexualidad no es un camino muy transitado por el western, tampoco ha sido un terreno vedado (ése es el subtítulo español del filme) para pistoleros y cowboys. En El hombre de las pistolas de oro (1959), un notable film de Edward Dmytryk, Anthony Quinn interpretaba a Tom Morgan, un pistolero ligeramente afeminado y enormemente celoso con las féminas que rondaban a su muy amado amigo Clay Blaisdell (Henry Fonda). La película nadaba en las aguas de la ambigüedad en dos direcciones contrapuestas: algún apunte parecía estigmatizar al personaje (la desviación sexual de Morgan se sugería a través de una tara física: la cojera), pero tanto Dmytryk como Quinn, un actor extraordinario, acabaron dándole una dignidad al personaje que era toda una declaración de principios.

La historia homosexual es la razón de ser de Brokeback Mountain, pero Ang Lee -que no es gay o, si lo es, no ha salido del armario-, una vez planteado el contraste entre un mundo intolerante y un amor prohibido no da mayor relieve a que éste se dé entre hombres, sino a que es un amor al cual sus protagonistas no darán ningún horizonte. Repasemos la historia: tenemos a dos jóvenes (interpretados por Heath Ledger y Jake Gyllenhaal) con el encargo de cuidar unos rebaños durante el verano; lo que pudo ser amistad se transforma en deseo, y ambos vivirán un amor marcado por la suspicacia. Al principio temen lo que ellos sienten; luego, lo que la sociedad pueda hacerles. Su sueño es compartir un rancho, pastos, ganado, futuro, pero saben que esto es sólo una ilusióný En la puesta en escena de Ang Lee hay una valoración del paisaje genuinamente westerniana: esas llanuras inmensas, esas montañas feraces, esos cielos atestados de nubes. Asimismo, suma el filme a una larga tradición de westerns ambientados en época contemporánea que muestran el desplazamiento social, la marginación casi, de los héroes de antaño: recuérdense títulos como The lusty men (1952) de Nicholas Ray, Los valientes andan solos (1962) de David Miller o Junior Bonner (1972) de Sam Peckinpah, en donde los cowboys aparecen como parias dentro de una sociedad mecanizada y descreída. En cuanto al tratamiento de la historia homosexual, Ang Lee mantiene una posición ecuánime, circunspecta, quizás un pelín "políticamente correcta".

El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), cuyo título evoca los de viejos folletines decimonónicos, por su parte, juega la baza del revisionismo. En este apasionante retrato del bandido más famoso del Lejano Oeste se le arrebata el halo de romanticismo que le pusieron otras aproximaciones, pienso en Tierra de audaces (1939) de Henry King o La verdadera historia de Jesse James (1957) de Nicholas Ray, para impregnarlo de efluvios paranoicos y trágicos. Aquí, Jesse James es un personaje shakesperiano (muy bien incorporado por Brad Pitt), un tipo manipulador y atormentado, a quien su carrera delictiva ha convertido en un demente que ve enemigos y traidores por todas partes; no tiene la conciencia tranquila y lo paga con quienes le rodean e incluso lo admiran: su asesino, Robert Ford (Cassey Affleck), es en realidad un veinteañero fascinado por él que, despreciado por éste, se decide por acabar de destruir un sueño roto.

Sobre la realización de esta película cae la alargada sombra de la sospecha. Cuando se rodó en 2005, el director Andrew Dominik entregó una versión de más de tres horas que los productores (entre ellos, Brad Pitt) decidieron bloquear. En estos dos años, en una paciente labor de montaje, se ha reducido el metraje a 158 minutos. No sabemos qué ofrecía la primera versión -con toda probabilidad, una futura edición en DVD lo aclare-; el film estrenado, en cualquier caso, es extraordinario. Por momentos, magistral. Dominik convierte la película casi en una experiencia vital.

El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford cuenta con una esmeradísima planificación y un gusto visual de rara exquisitez; su ritmo es moroso, reflexivo, y recuerda al de un gran poeta del cine norteamericano, Terrence Malick, curiosamente, uno de los nombres barajados antes de que el proyecto recayera en Dominik. Hablamos de cine de combustión lenta, nada que ver con la efervescencia de la mayor parte de la producción hollywoodiense moderna. Lamentablemente, esto podría granjearle el rechazo popular; lo cual sería una auténtica lástima.

El western ya no es lo que era, decíamos al comienzo. Entre otras cosas, el género ha abandonado los senderos de la leyenda y de la épica por los de la Historia y la tragedia, pero ejemplos como los Brokeback Mountain o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford demuestran que en esa dirección pueden cosecharse frutos realmente espléndidos en materia cinematográfica de cara a nuevos guiones y nuevas películas.

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