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Análisis

rogelio rodríguez

Alemania ceba la burla

No hay lugar para la alta política donde impera la hipocresía, el miedo y el populismo

La Audiencia de Schleswig-Holstein, uno de los dieciséis länder de Alemania, ha enjaulado las esperanzas de la Justicia española para juzgar a Carles Puigdemont por el delito de rebelión. El tribunal, émulo de aquellos prusianos que alardeaban de ser un ejército con Estado, en este caso una magistratura con territorio, ha desoído incluso la propuesta de extradición de la Fiscalía alemana que, en su razonado escrito, subrayaba también el delito de alta traición, además del de malversación de fondos públicos, que sí ha tenido a bien considerar la susodicha Audiencia.

Lo cierto es que el grotesco prófugo se empadronará en Schleswig, donde continuará su burla y aprovechará, como hiciera en Bélgica, para ampliar relaciones con la más repulsiva ultraderecha europea, ya que parece bastante probable que el Supremo retire la euroorden de detención para evitar tener que juzgarlo sólo por el menor de los delitos que se le imputan. Motivos tenía Nietzsche cuando afirmaba que sus paisanos le cortaban la digestión. Y si le pasaba al excelso y severo filósofo con sus compatriotas, qué no iba a ocurrirle a los que mantenemos una relación de amistad subyugada a los intereses económicos de la gran potencia.

Pero como España es tan diversa, la decisión del juzgado germano ha cebado a los insurrectos que reclaman la secesión con métodos totalitarios y habrá satisfecho a ese sector del constitucionalismo que, como el cada vez más sorprendente Felipe González, censura el encarcelamiento de los que han quebrantado la legalidad y la convivencia. Precisamente González, a quien le faltó medio minuto para intervenir Canarias por un asunto fiscal relacionado con la Unión Europea y, sin embargo, ahora rechaza la vía penal para los cabecillas de la revuelta contra la Constitución y el Estatut. La Justicia no ha invadido el espacio de la política. Ha sido el explícito fracaso de la política lo que ha facilitado la explosión golpista y la consecuente intervención de los tribunales.

Es notorio que el Gobierno ha pretendido ocultar su incapacidad detrás de las togas, que a Rajoy le ha estallado el conflicto catalán fumándose un habano, que al ministro del Interior poco le faltó para acudir a despedir a Puigdemont en la frontera, pero eso no justifica la vorágine de confusiones emprendida por una caterva de legalistas de extravagante cuño. Presuntos constitucionalistas que actúan con sórdida aquiescencia ante los que acusan al juez Llarena de "destrozar el Derecho", o los que no dan mayor aprecio a la violencia callejera que fomentan los líderes nacionalistas a través de los Comités de Defensa de la República.

El drama sería aún mayor, e incalculables las consecuencias, si la Justicia imitara a la política y no cumpliera sus obligaciones. El debate político se ha trasladado a la crispación tertuliana y mediática. Y no hay lugar para la alta política donde impera la irresponsabilidad, el miedo, la hipocresía y el populismo. Las instituciones centrales de la democracia están como el gallo de Morón. Faltaba la trompada de un tribunal alemán. Y faltaba doña Letizia.

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