Noches como la del escrutinio de Ferraz, vividas desde el planeta La Sexta, me trajeron a la memoria aquella etapa ya lejana en la que a Ana Pastor le dieron pasaporte en Los desayunos de La 1, ofreciéndole quedarse en la pública para llevar a cabo otros proyectos. Ella salió pitando de la santa casa de Prado del Rey y Torrespaña.

Dediqué por aquel entonces no pocas columnas a tratar de consolar a los espectadores de buen corazón que, solidarizados con ella, expresaban en las cartas al director de los periódicos su pena ante el incierto futuro de la periodista matinal. No sufráis, les decía por entonces, que esta señora no engrosará las listas del paro ni para sellar el trámite. Podrá elegir cómo, cuándo, dónde y de qué manera ejercer el periodismo. Y no de tropa, no de mandada, sino llevando la voz cantante en el proyecto que decida sacar adelante. Se lo puede permitir, como intuye cualquiera.

Las columnas están ahí, por lo menos en las hemerotecas, físicas y virtuales, y en noches como la del 21 de mayo se me hicieron presentes como en las grandes ocasiones. Allí estuvo la pareja Ferreras-Pastor comandando un Objetivo Al Rojo Vivo, o al revés, tanto da, convirtiendo la contienda entre Susana Díaz, Pedro Sánchez y Patxi López poco menos que en un espectáculo que ríete de los que son capaces de levantar los norteamericanos en sus cadenas.

Las notas musicales a lo Apolo 13 puntuaron perfectamente la puesta en escena perseguida, que se llevó al bote a una audiencia poco menos que hipnotizada ante el dispendio.

Bastaron solo 24 horas para que la actualidad, tan caprichosa, nos conmocionara con el suceso acaecido en Manchester. Los globos rosas se tiñeron de sangre, y la música de Apolo 13 se tornó melodía triste. Cambió el registro, pero García Ferreras seguía allí.

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