Nacemos condenados a muerte, una triste paradoja que también sobrevuela a los argumentos más repintados. Por mucha pompa con que se revista una idea más o menos preconcebida -ya sea con citas eruditas, descontextualizaciones, tergiversaciones, demagogia o mentiras burdas de burdel-, hasta la arrogancia del más convencido de lo que dice y hace es carne de picadora.

Este país empieza a levantar cabeza tras esa gran depresión que se fue cociendo al fuego lento del desdén de unos y se manifestó virulentamente con la osadía de los otros, todos envueltos en sus respectivas banderías para regocijo de los bazares chinos, que han hecho este otoño su agosto. El gran problema es que la mina nos ha estallado entre los pies después de pisotearla con indiferencia. La amenaza de ruptura pocos se la tomaban en serio, ni los propios promotores de un farol con pocas luces que alumbró un despropósito: en vez de romper España, la legión de ingenuos indepes la han unido. En todo caso, es un fracaso colectivo de un país, que debe asumir que la cirugía judicial por sí sola es un mero placebo.

Algunos se jactan de que tras el 21-D vendrán días de vino y rosas, pues, ganen o palmen, los escarmentados independentistas volverán al redil de la ley. Es tentador caer en la arrogancia para los que juntamos palabras e ideas con la narcisista aspiración de que alguien se trague nuestros sapos. Ya sea, al caso, el triunfalista don a por ellos o el hundido don oprimido. Amén de inefables más allá del contexto catalán como el buenista don guay, que no se moja; el pelmazo don desahogo, a vueltas con sus neuras, o clásicos básicos como don pedante, don presciencia, don tonto de capirote, don faltón o don nadie, como servidor, ¿verdad, queridos enemigos del alma?

El mosén a la fuga alimenta la arrogancia del convencido con unas pastorales de pose noble y trasfondo miserable. Ayer le superó Marta Rovira (ERC), que pretende maquillar la chapuza propia y la cobardía de sus secuaces del PDeCAT con la dignidad de evitar muertos en las calles. Los fanáticos no cambian de opinión. Ni de tema. Ni a los unos ni a los otros les conviene. Escolti, mejor envolverse en banderas que recordar recientes y poco presentes tijeretazos en sanidad y educación.

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