Hace unos días nos llegó la noticia de que el Tesoro público de Austria había emitido bonos a 100 años. El inversor que los haya adquirido recibirá un 2% anual durante 100 años, y recuperará el importe desembolsado en septiembre de ¡2117! No es el único país europeo que se ha atrevido a utilizar un plazo tan largo. Bélgica e Irlanda también lo hicieron el año pasado, aunque con bajos importes. Francia, Italia y España, de momento, sólo se han animado a hacerlo a 50 años. Concretamente, el Tesoro español colocó 1.000 millones a 50 años en 2014, y repitió el año pasado con dos emisiones más a ese plazo, adjudicando unos 4.000 millones de euros. Los largos plazos que están utilizando los Estados europeos para endeudarse impactan. La de cosas que pueden suceder en ese tiempo. Sólo hay que mirar la historia y recordar todo lo que hemos vivido en Europa desde 1917.

Los inversores que adquieren estos bonos son aseguradoras, fondo de pensiones, fondos de inversión, etc., que buscan algo de rentabilidad en el entorno de tipos de interés nulos e incluso negativos que existen actualmente. Muchas de estas entidades están obligadas por la regulación a invertir en activos financieros de bajo riesgo y con liquidez, como son los bonos soberanos europeos. Si además quieren rentabilidad, tienen que embarcarse en plazos más amplios.

Por su parte, los emisores, estados europeos, aprovechan la favorable situación actual para reestructurar en lo posible sus deudas. Así, en España, el perfil de vencimientos de la deuda pública se ha extendido en el tiempo. El año que viene se tiene que hacer frente a la devolución de más de 140.000 millones de euros. Y hay cantidades pendientes en 2019, y al año siguiente, y al otro, y así continúa hasta 2066. Cada año se volverá a pedir prestado para atender los vencimientos que llegan, incrementando lo que haga falta para atender el nuevo déficit: la deuda pública se ha convertido en una bola de nieve que se desplaza en el tiempo a la vez que aumenta.

Lo importante es que siga rodando y que pueda atenderse puntualmente el pago de intereses que genera. Ahora juega a nuestro favor la protección del Banco Central Europeo (BCE), cuya actuación permite que el coste de la financiación del Estado sea muy bajo. La inflación, aunque sea escasa, también beneficia, porque con los años se vuelven menos gravosos tanto la devolución de la deuda como sus intereses. Del mismo modo, mientras más se alarguen los plazos de las emisiones más llevadera será la deuda.

Una deuda que no es poca cosa, ya supera los 1,1 billones de euros, 750.000 millones de euros más desde el inicio de la crisis financiera. No sólo pasa en España, la deuda pública en Europa asciende a más de 12 billones de euros. Quizá estas emisiones ultralargas, todavía anecdóticas, se intensifiquen para disolver a base de años y años el problema. Quizá el BCE las vaya comprando. Quizá el BCE finalmente hasta se olvide de ellas. Todo es posible en 100 años. Pero de lo que no cabe duda es de que le estamos traspasando el problema a las generaciones siguientes. Les complicamos el futuro a ellos, a nuestros hijos y nietos, para tener nosotros mejor presente.

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