El tren de la bruja

ALGO me desconcierta porque no tenía yo por frívola a la bruja del tren, todo lo más dedicada a un trajín que no corresponde a sus sobradas artes brujescas, de las que bastante más partido podría sacar que en esas endemoniadas -dicho sea sin intención- vueltas sin parar del tren con el juego bullanguero de las escobas. Le hice la propuesta del AVE, como bruja de a bordo para distinguidos servicios esotéricos en vagones encantados. Y ella me respondió con el guiño de ofrecer hechizos de feria para achispar, todavía sin manzanilla, a los feriantes esaboríos. Pero, repentinamente, se deja caer diciendo que quiere ser, en corto y por derecho, al taurino modo, una bruja rosa.

-Pues sí, ¿pasa algo?, ¿es que no puedo sacar buen provecho de conjuros del corazón y hechizos de amor? Y hacer complacientes a los esquivos, dispuestos a los desganados y fogosos a los tibios.

-Para, para, que a ver dónde acabas con esa brujería subida de tono, más de la entrepierna que del corazón. No me esperaba esto de ti, pero ya veo que lo tienes claro y acaso lo hayas hablado en uno de esos aquelarres que yo tenía por tétricos, con el demonio de macho cabrío, y van a acabar siendo tertulias lujuriosas.

-No estás antiguo tú ni ná. Menudas somos las brujas de ahora para aceptar el patriarcado del diablo. Ya nos hemos librado de ese yugo y tenemos entretenido al demonio con el mantenimiento de las calderas del infierno, sin que se atreva a ponerse fanfarrón porque le plantamos una moción de censura y acaba de diablo cojuelo.

-Sobrada te noto y me apabullas, bruja rebelde y no diré rijosa.

-Pues ya lo has dicho, que de esos ardides menores y disimulados te vales para pellizcarme. Seré rijosa, y así me lo has reprochado, por lo pronto que salto y lo dispuesta que estoy a reñir o entrar en contienda. Pero tú acabas de señalarme como lujuriosa y sensual y te voy a mandar como asistente de Satanás para que consumas tus días chamuscado en el fuego de la perdición, so plumilla.

-Corrijo, corrijo, que no quiero vender todavía mi alma al diablo e invoco tu clemencia, bruja de mis desvelos. Quería decir que, siendo la lujuria pecado capital y causa de condenación, experta eres en esas inclinaciones a las que la naturaleza humana, como pensaba Santo Tomás de Aquino -vade retro dirás-, es especialmente proclive.

-Me embaucas, que en eso no eres aprendiz de brujo, y deshaces mi ira… fingida.

-Ay, mi bruja, cuéntame algo mañana de los ligues de feria.

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