Los niños ya no tienen piojos. Ahora juegan a cazarlos en el móvil de mamá. Ya no tienen costras en las rodillas, ahora lucen callos en los dedos de jugar a las maquinitas. No se saben Pimpón es un muñeco porque prefieren cantar Despacito. No tienen el súper poder que otorga ser el único con balón de reglamento de toda la calle, sólo han visto una pelota en los pies de Cristiano Ronaldo. No se preguntan dónde habrá ido su nariz cuando un adulto afirma habérsela robado, eso es algo demasiado pueril hasta para ellos. Ya no creen en los Reyes Magos, ni siquiera en el tan de moda Papá Noel. Tampoco les hace falta esperar a Navidad y confiar en que su buen comportamiento durante el año tenga recompensa; antes de pedir por esa boca ya tienen el oro y el moro.

Los niños de ahora no sienten ese retortijón que da no haber hecho los deberes de mates y ser el siguiente al que pregunte la maestra. Tienen a un padre súper protector que los excusa ante la seño y les evita la reprimenda. Nunca han hecho un "me cuelas y te cuelo", ahora hasta en la fila del recreo se han vuelto competidores. No se quedan con la vuelta del pan para comprar estampitas de fútbol porque ya nadie los manda a hacer recados, vaya a ser que se cojan un trauma por explotación infantil. No juegan a las cartas ni se creen Al Capone la primera vez que apuestan caramelos jugando a la brisca.

No, los niños ya no cogen piojos porque sus cabezas hace tiempo que están muertas. Los adultos nos hemos encargado de acabar con sus infancias, de arrebatarles sus inocentes existencias para convertirlos en nosotros. Así que, niños del mundo, coged las liendres mientras podáis, el mismo picor que hoy experimentáis mañana sólo será una anécdota. Pero no habrá sido una muerte en balde si, al cabo de los años, cuando veáis a un crío saltar a la piola sonreís de oreja a oreja. Como hacemos nosotros cuando, de pronto, escuchamos en una plazoleta a alguien rifarla al 25 y la pirula.

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