TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Los políticos mienten con frecuencia, aunque suelen matar al mensajero cuando son cogidos en falta: han sido malinterpretados, alegan. En EEUU son muy mirados para esas cosas, nos pueden dar lecciones: echaron a Nixon, nada menos que el presidente, por mentir. Sin embargo, en nuestro país no se da tanta importancia a la mentira y hay encogimiento de hombros ante dirigentes que se toman la verdad a título de inventario. Son infinidad, por ejemplo, los que dicen que se han enterado por los periódicos de los casos de corrupción que se producían delante de sus narices, lo que no se cree nadie. Y luego están los que, sin caer en la mentira, irritan profundamente por su inmensa desfachatez.

En ese terreno hace tiempo que Artur Mas es campeón, no hay más que recordar cómo abominaba del independentismo hace apenas una década. Ahora ha rizado el rizo con el recurso al Supremo para que se le revoque la condena de dos años de inhabilitación, una tortura para él porque aspiraba a ser elegido president. Alega que el procedimiento por desobedecer al Constitucional al convocar un referéndum ilegal y participar en su organización vulnera principios de la Carta Magna. Es decir, se refugia en la Constitución para que no se le sancione por no aceptar la Constitución.

Desfachatez en grado máximo que, marcando la distancia, recuerda a los etarras que no reconocían al Estado español, pero se defendían utilizando las leyes y códigos del Estado. El problema ante casos como éste es que los que defienden el Estado con uñas y dientes jamás utilizarán el juego sucio para descalificar a quienes pretenden romper España. Es la diferencia con los independentistas. La prueba es que, a pesar de las arremetidas de Mas, el Gobierno sigue prestando a Cataluña la financiación que marca la ley y se mantiene el diálogo con los independentistas para intentar que entren en razón. Cosa difícil visto lo visto ahora... y lo que se está viendo desde hace muchos años.

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