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Casi dos mil kilómetros sin parar más que para tomar un bocado, ni siquiera para dormir. No quería Puigdemont rellenar una ficha de hotel. De Finlandia a Suecia, donde una nevada brutal estuvo a punto de trastocar sus planes, después Dinamarca y, a continuación, Alemania. Como esperaba el CNI, que no avisó a más Policía que a la alemana anunciándoles además el lugar de entrada. No se fiaban de que los otros países se mostraran reticentes a la detención o con la extradición.

La operación ha sido impecable y echa por tierra la idea de que los servicios españoles no están a la altura. Como echa por tierra la estrategia independentista de decir que Puigdemont es perseguido por un Gobierno español antidemocrático. Le detiene la Policía de Alemania, un país al que no pueden acusar de no respetar las reglas de la democracia. Será la Justicia alemana la que decida sobre su futuro en función de las leyes de extradición y la valoración que hagan jueces alemanes de los delitos cometidos. Pero el hombre que con su fuga provocó la prisión preventiva de sus colaboradores más cercanos, de su gente de más confianza, finalmente ha conocido las hieles de perder la libertad.

Cuando aún no se conocía su detención, la nueva presidenta de la ANC declaraba que los partidos independentistas no habían cumplido con su obligación: "Restituir el Gobierno legítimo de Cataluña". Desde Escocia, la ex consejera Ponsatí, miembro del núcleo de Puigdemont, decía que los independentistas habían cometido multitud de errores tras el 1 de octubre "y nos costará recuperarnos". El halo heroico del ex presidente catalán se desvanece. Clamará reivindicando su figura, pero clamará en el desierto.

Se fugó en lugar de pelear por su proyecto desde Cataluña, rompió su partido, acabó mal con los dirigentes del PDeCAT y de ERC por su afán de imponer su criterio, incluso hay fisuras en el partido provocadas por él y el resultado ha sido el descabezamiento del independentismo. Los propios descabezados y sus allegados reconocen ya que todos los males proceden de la actitud soberbia e irresponsable del ex presidente. Con esa actitud sable lo único que ha conseguido es que Rajoy siga mandando en Cataluña por la aplicación del 155 y que los independentistas menos fanatizados empiecen a comprender que con la egolatría de Puigdemont no se va a ninguna parte. Si ahora se celebraran elecciones, el resultado no sería tan favorable a los partidos independentistas como el 21 de diciembre. Ni de lejos.

El futuro de Puigdemont queda ahora en manos de Alemania. El de los independentistas, en manos de personajes de segundo nivel sin experiencia de gestión y sin trayectoria especialmente atractiva, por desconocida, por irrelevante. Repiten que hay que unirse y elegir un nuevo presidente de la Generalitat antes de que acabe el plazo para hacerlo, y quizá lo consiguan. Pero el independentismo, por culpa de Puigdemont, ha quedado tocado del ala. Muy tocado.

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