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Las relaciones humanas nacen, en cierta medida, por egoísmo puro y duro. El instinto de supervivencia nos invita a acercarnos los unos a los otros, a establecer lazos para así garantizarnos una estancia en el planeta Tierra lo más cómoda posible. Tiene sentido. Si retrocedemos en el tiempo y pensamos en los primeros seres humanos, esos que vivían en cuevas y salían a cazar, la lógica del egoísmo cobra todavía más sentido. Un solo hombre, en una oscura cueva, con infinidad de peligros a los que enfrentarse y la necesidad de alimentarse sin morir en el intento tiene muchas posibilidades de no lograr su objetivo. Sin embargo, si se enfrenta al mundo con tres o cuatro colegas las posibilidades de éxito aumentan. Por eso, el hombre de la cueva, ya fuera nómada o sedentario, vio en los demás la garantía de su propia supervivencia. Salir a cazar en grupo, cuidar del hogar en comunidad y, muy importante, perpetuar la especie en pandilla es más beneficioso que hacerlo solo.

Mucho ha llovido desde la cueva y las jornadas de caza y todo parece mantenerse inalterable. Ahora cada quien tiene su propia casa y el alimento está tan a nuestro alcance que sólo tenemos que abrir la nevera para saciarnos. Pero la necesidad de establecer vínculos sigue estando muy presente. Puede que incluso en mayor medida que en el caso de nuestro antepasados. Ni vamos a morir de hambre ni un mamut se nos va a colar en la cueva, ahora los peligros son otros. La soledad, que si es elegida y dura un ratito aporta muchos beneficios, es el peor de los males a los que nos enfrentamos. Rodeados de gente e interconectados a todas horas, la sensación de vacío y de no pertenencia a un grupo cada vez se dan más. Por eso, buscamos como locos agradar a la gente para que ésta se quede para siempre con nosotros. Unidos somos más fuertes, las penas duelen menos y los años pasan con muchas alegrías. Queremos muchas manos a las que agarrarnos mientras caminamos por la vida, muchas orejas que nos quieran escuchar y muchos brazos bajo los que cobijarnos. Pero también queremos ser el refugio de alguien, el hogar al que volver y el pecho sobre el que reconfortarse. Y si eso es egoísmo no se me ocurre mejor forma de caer en el que dicen que es el peor de los pecados capitales.

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