No eran más que tres. Una, dos y tres. Tres señoras mayores bailongas agitando banderas francesas animosamente en medio de una nube de cámaras y periodistas. Lo pudimos ver todos a través de la señal que emitían los canales informativos un par de horas después de que cerrasen los colegios electorales franceses, a eso de las diez de la noche.

Pero Antonio García Ferreras, sin el gorro de corresponsal, pero en el corazón de la supuesta pista de baile en que según él se había convertido el lugar de celebración de los seguidores de Le Pen, no se cansaba de repetir que aquello eran un fiestón (sic), que el ambientazo no se podía aguantar. La situación era un gag en sí mismo. Ferreras saludando a Pastor por el apellido, y la periodista, desde su plató en El objetivo, haciendo lo propio con su compañero de fatigas y de vida.

Nunca se había visto en tiempos recientes tanta capacidad de hipérbole, y un contraste tan enorme entre lo que se contaba y lo que se veía. Sirva la anécdota como uno de esos momentos icónicos que en el futuro servirán para definir cómo era la información/espectáculo televisiva allá por 2017.

Ferreras seguía con su euforia narrativa, pero nosotros no dejábamos de ver más que a las tres señoras que se seguían contoneando al ritmo de la música. Tres celebrantes frente a trescientos periodistas. Lo que se dice un fiestón en toda regla. Pero que sería de los informativos sin la salsa del informador de negro; que cada día se parece más a Raúl Pérez, su alter ego de Late Motiv. Al día siguiente vino lo de Esperanza Aguirre. Y el 'periodismo' siguió adelante.

Pero atención, que fue en El cascabel, en 13 TV, dnde más subieron los dígitos de la noche de la preocupación sobre Francia, mientras La noche en 24 Horas, la TVE de servicio público, languidece también en jornadas que debiera liderar.

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