No hay combinaciones infalibles en televisión; la fórmula niños y Navidad no es perfecta, y si no, que se lo pregunten a Carlos Sobera. Uno de los mayores despropósitos de las pasadas navidades lo hemos podido ver en Telecinco con la emisión de Little Big Show, un formato de tan sólo tres entregas que no llegamos a saber muy bien de qué va y que no llegó al 10% de share. Me imagino a los guionistas del programa desarrollando su sinopsis y estrujándose las neuronas para encontrar una definición a todo ese desaguisado. Afortunadamente fue sustituido ayer por Las Campos. Lo mismo: gente haciendo el tonto, aunque en este caso se trate de señoras hechas y derechas con muchas décadas más.

Supuestamente, en Little Big Show, eran niños que venían a enseñarnos sus talentos, pero sus habilidades no iban más allá de la de cualquier pequeño de nuestra familia que el día de Navidad decide obsequiarnos con un villancico desafinado o un poema mal recitado. Carlos Sobera -que, por cierto, se mete en berenjenales que no calcula bien- actuaba como un monologuista de casino de la tercera edad, enfrentándose a niños que pretenden ser graciosos y terminan resultando aberrantes, con el consiguiente aplauso y carcajada de un público que secunda todas sus irreverencias. Lo peor del caso es observar a los padres de las criaturas en las gradas, jaleando con orgullo las gracietas de sus hijos, que seguro que han estado preparando juntos en casa. Niños teledirigidos por adultos que pierden toda su inocencia pero que tienen manga ancha para soltar burradas escudados por su edad.

El arranque de año siempre suele venir acompañado de formatos televisivos pensados para los más pequeños. La frontera entre lo infantil y lo adulto se difumina para ofrecer una programación no apta para individuos con poca simpatía hacia las criaturas. Varias temporadas ya se viene repitiendo la misma dinámica con MasterChef Junior, que a priori genera poca expectativa por no ofrecer nada nuevo: ya nos sabemos su mecánica, y los jueces y la presentadora son siempre los mismos. El concurso culinario empieza con audiencias bajas, pero a medida que se desarrolla la edición siempre aparecen uno o dos niños que te atrapan con su carisma, para echar el cierre -como lo hizo el miércoles pasado- con una gala pletórica, por su extensa duración y porque se suman muchos curiosos para ver el desenlace. Esta vez fueron 3.039.000 almas, máximo de esta edición con un 23,3%. Con un presupuesto público que ya querría para sí la estilista de OT, el talent culinario de La 1 consigue almibararnos a todos y ha sido excepción estas fiestas frente a los niños maleducados de Little Big Show. Los pequeños cocineros muestran más valores, y menos estridencias.

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