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La historia económica está repleta de episodios de guerras comerciales entre países. La imposición de aranceles a la importación de productos es casi antigua como la humanidad. En algunos casos, de aranceles muy elevados se pasó directamente a la prohibición de importación de productos fabricados en otros países.

En tiempos más recientes, se han impuesto barreras no arancelarias (imposición de estándares distintos, normas sanitarias, etc.) que, en la práctica, suponían la imposibilidad de exportar a los países que las imponían. La devaluación competitiva de las monedas también ha sido un arma para evitar la importación a gran escala del resto del mundo.

Pero la progresiva adhesión de países a la Organización Mundial de Comercio hace que en la actualidad la imposición de barreras arancelarias al comercio de productos sea una absoluta excepción.

El anuncio del presidente Trump de imponer aranceles a la importación de aluminio y de acero es insólito en estos tiempos. Además, su ignorancia sobre temas económicos (y también la de su ministro de Comercio) le impide ver que EEUU se va a infligir un castigo mayor que los teóricos beneficios derivados de la reducción de importaciones.

En la actualidad, EEUU sufre un déficit comercial con el resto del mundo del 3% del PIB; una cantidad muy reducida y perfectamente financiable para el país más poderoso del mundo.

Si la elasticidad-precio (la reducción en la demanda cuando aumentan los precios) es igual a 1 -como se ha estimado para la economía norteamericana- la imposición de un arancel del 20%, permaneciendo igual todo lo demás, permitiría cerrar completamente el déficit comercial. Pero esto no funciona así de simple en la economía real. Desviar la producción del extranjero hacia dentro de la economía de EEUU, no incrementaría el PIB en la misma proporción. La razón, en estos momentos, estriba en que la economía se encuentra próxima al pleno empleo y le resultaría imposible reducirlo aún más.

Lo que si ocurriría, es que la Reserva Federal aumentaría los tipos de interés rápidamente, con el objeto de reducir la amenaza inflacionista que se activaría inmediatamente. La subida de tipos provocaría, inmediatamente, efectos negativos sobre todas las empresas con elevado endeudamiento, así como en las familias. Además, el dólar se apreciaría porque se incrementaría el flujo de inversiones financieras. Esa apreciación del dólar, tendría un impacto negativo sobre todos los sectores exportadores y abarataría importaciones, aumentando nuevamente el déficit comercial.

Pero es que además, el resto de países no se quedarían con los brazos cruzados. La UE ya ha advertido que levantará aranceles a los productos norteamericanos. La guerra comercial estaría cantada.

Trump ignora, además, la dislocación que provocaría en las cadenas de suministros de las empresas industriales, que se encuentran repartidas por todo el mundo. Un estudio realizado recientemente, concluye que un arancel a las importaciones de componentes para coches, perjudicaría mucho más a Ford que a Toyota, porque la primera fabrica más componentes fuera de EEUU (y después exporta a EEUU) que la segunda.

Ignorante en temas económicos y con una mentalidad simplista, Trump se va a disparar a sus propios pies.

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