Una vez más se comprueba que la radio y la televisión no son vasos comunicantes y que los audímetros están al margen del transistor. Le pasó a Antonio Herrero, a Encarna Sánchez, a Pepe Domingo Castaño y al mismísimo Iñaki Gabilondo. José María García, el que durante decenio y medio dio más la matraca contra TVE frente a la liberación editorial y creativa que iban a suponer las utópicas cadenas privadas, ni lo intentó siquiera. Las multitudes de oyentes no se reflejan en las audiencias televisivas, como si ambos medios fueran absolutamente dispares. Una cosa es el altavoz, íntimo, individual, próximo; y otra la pantalla, de trabajo coral y que exagera cualquier impostura. Los oyentes tienen carácter de feligreses y cuando se convierten en espectadores adquieren distancia y escepticismo. El mando siempre será cruel.

Carlos Herrera, que ya fue recibido de uñas por sus muchos detractores en las redes, lo tenía difícil para salir a hombros de La 1. En primer lugar porque despierta tanta admiración como antipatías, nunca ha jugado a las tibiezas, y un fichaje por una TVE tan marcada en lo ideológico no jugaba en favor de la idea de forjar un debate de ideas plurales. Y en segundo lugar las reglas de juego de la televisión son tan distintas a las de la radio que es fácil encallar.

¿Cómo lo ves?,con tantos contertulios dudosos, nunca pareció un formato engrasado ni oportuno, y ya al pasar a los sábados se notaba en el aire la desgana, la rutina ante un fiasco precipitado. Tuvo un debut desafortunado y nunca tuvo el estilo fresco ni el ritmo con que se dibujó en el papel todo ese tropel de charletas. Tal vez al propio Herrera le faltó un punto de humildad y otro tanto de olfato. Un fallo en la comunicación. Una nueva muestra de que la televisión es un medio más difícil de lo que parece.

Diría que no sé si al propio almeriense le habrá terminado de compensar la fortuna que ha cobrado por todo este pifostio amargo.

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