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Análisis

Gumersindo Ruiz

Liu Xiaobo muere en la cárcel. No todo es economía

De cada 100 unidades que crece el producto bruto mundial en 2017, 45 se deben a China, aunque su población es el 18,5 por ciento del planeta. Es impresionante cómo este país ha evitado la crisis financiera mundial y, aunque con dificultades, mantiene los equilibrios básicos presupuestarios, de crédito, tipo de cambio y comercio exterior, en una economía globalizada y competitiva. Hay la tentación de decir que esto no podría hacerse sin un gobierno que centralice las decisiones económicas, y que guíe las inversiones internas y externas para situar al país en cadenas de valor estratégicas para el crecimiento y empleo. Pero esta planificación se une, de forma peculiar y paradójica, y con no pocas contradicciones, a una libertad de mercado, que da el contrapunto capitalista de estímulo a la actividad empresarial privada.

En este contexto ha muerto en la cárcel, de un cáncer de hígado, el premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, tras una larga y pacífica -por su parte- confrontación con el régimen chino, por la defensa de la libertad de expresión que debería llevar al país a un sistema político democrático. Su discurso en 2010, de recepción del Nobel, leído ante una silla vacía por la actriz y directora Liv Ullmann, se titula: "No tengo enemigos: mi declaración final". Es emocionante como muestra su respeto a los jueces, fiscales y policía, y destaca el progreso en China en los derechos humanos, reconociendo las mejoras sociales y económicas; pero no cede en defender, sin acritud, la libertad de expresión como el fundamento de la naturaleza humana y madre de la verdad. Hay que volver a leerlo, porque el "crimen político por hablar" es algo que peligrosamente se está empezando a perseguir también en nuestras sociedades democráticas.

Dos reflexiones que pueden hacerse recordando a Liu Xiaobo. Una, que si la economía va bien hay una tendencia a tolerar la falta de libertades en sistemas políticos no democráticos, y como mucho es un añadido, una coletilla final en los discursos. Sin embargo, Lui sitúa el éxito económico de China precisamente en una mayor pluralidad de opiniones en los dirigentes, en el abandono de la filosofía de lucha y la mentalidad de enemigo, y la búsqueda de la armonía social. La otra reflexión es sobre el deterioro y los fallos de nuestros propios sistemas democráticos, donde en muchas ocasiones se gobierna con una representación ínfima; una participación de un 70 por ciento y el 30 por ciento de los votos da para gobernar, aunque de cada cinco personas te haya votado una y cuatro no. Sean cuales sean los motivos, la democracia participativa debe ser real y no una posibilidad, y no podemos ignorar este hecho ni conformarnos con que así son las cosas.

Pero volviendo a Liu Xiaobo, hoy nos quedamos con sus hermosas palabras, cuando nos dice que el odio pudre la conciencia y la inteligencia de las personas, y la mentalidad de "enemigo" envenena el espíritu de una nación. "Espero -dijo- ser capaz de trascender mis experiencias personales y ver el desarrollo y cambio social de mi nación, respondiendo a la hostilidad del régimen con una profunda buena voluntad, neutralizando el odio con amor".

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