En la sede de la Delegación del Gobierno de Cataluña, en la calle Mallorca, 278 de Barcelona, el delegado Enric Millo, a petición de Soraya Sáenz de Santamaría, ha habilitado un despacho para la vicepresidenta, a la que Rajoy ha encargado la política territorial de su Gobierno, con especial interés en Cataluña. Soraya no es de las que se toman los encargos a título de inventario y ha querido tener un despacho en Barcelona.

Puigdemont mira de reojo los pasos de Sáenz de Santamaría y desde ERC cuentan que también mira los de Oriol Junqueras, que, pese a ser su segundo de a bordo, provoca cierta inquietud en un Puigdemont que ha comprendido que su consejero de Economía está hoy más empeñado en cuadrar las cuentas y mejorar la imagen de los catalanes que en abundar en las cuestiones independentistas, discurso único del president. Más por conveniencia que por convicción: Puigdemont es independentista de antiguo, pero ahora se encuentra atrapado en las redes de la CUP, que no permite que afloje ni un milímetro y le recuerdan permanentemente que si no insiste en el calendario independentista le quedan pocos meses de vida política.

De esa situación se aprovecha una Sáenz de Santamaría que está decidida a quebrar la idea de que el Gobierno se niega a dialogar. De momento ya ha dicho que se puede hablar de todo excepto de la secesión y saltarse las leyes. Ese mensaje ha calado en algunos empresarios, en responsables de medios de comunicación que han dejado de insistir en el "España nos roba" e incluso en un sector de ERC.

De Soraya depende también la Conferencia de Presidentes de enero. Puigdemont se resiste a acudir, pero la estrategia de la vicepresidenta no es insistir, sino lanzar un mensaje que puede entender muy bien: si queda fuera del debate, a lo mejor los catalanes le piden responsabilidades. Porque no será una Conferencia de discursos, sino de abordar con rigor los problemas. Como Soraya explica a todos los que pasan por su despacho de Mallorca, 278.