Análisis

rogelio rodríguez

Ofensiva contra el gato montés

No hay visos de acuerdo para aprobar los indispensables Presupuestos Generales del Estado, ni para corregir la mala ley de educación vigente, ni para la reforma de la Ley Electoral, ni para adecentar las pensiones, ni para enmendar la financiación autonómica, ni para afrontar con arrojo el proceso de recuperación constitucional y la convivencia en Cataluña. Ni el Gobierno con la oposición, ni la oposición con el Gobierno. Cada partido hace de su pellejo un tambor, y a ver el que más retumba. Carecen de la valentía de ponerse a trabajar juntos, que diría el recordado periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano.

La "España va bien" que predicaba Aznar resbaló de la rodilla de los dioses. En la macroeconomía vuelve a meter mano alguna extraña deidad, pero el último informe de la OCDE es terrenal y revelador: la pobreza ha aumentado un 8% en nuestro país; somos segundos en incremento de la indigencia juvenil y se han duplicado las diferencias entre comunidades autónomas. El destino de los pueblos depende de la condición de sus dirigentes y de la mayor o menor miopía de los ciudadanos. La política ejercida por incapacitados genera atmósferas que causan ceguera. Lo hacen adrede, aferrados al mandato que rige en el país de los ciegos. Las palabras de Chesterton recobran actualidad: "La sociedad está saturada de pecados inconfesos y padece estreñimiento de conciencia". Se amontonan los días en falso.

PSOE, C's y Podemos, fuerzas electro-políticas que se repelen, ventilan su flotante visión electoral trazando al unísono reformas de urgencia en leyes que el PP aprobó con el ordeno y mando de su antigua mayoría. Bienvenida sería alguna que otra modificación, pero ninguna es prioritaria frente a las grandes urgencias de un Estado en deterioro, por el que pululan exiguas ideologías que resucitan el enfrentamiento. Un desbarajuste en el que retozan otros grupos con piel de camaleón; como el PNV, que, obtenido su Cupo, se niega a apoyar los Presupuestos hasta que el Gobierno derogue el artículo 155 en Cataluña, causa que habría merecido unas líneas en La Visita de los chistes de haberlo sabido Quevedo, aunque la exigencia nacionalista tenga poco de chascarrillo.

Ninguno de los partidos que pujan en el acoso y derribo del Gobierno tendría chance si el PP no estuviera horadado por las termitas de la corrupción, más decisivo aún que sus inaceptables engaños. Cada día crece el número de leales que cruzan el puente hacia el nuevo partido guay que encabeza Albert Rivera, mientras Mariano Rajoy aguarda su enésima hora como el gato montés, y cuando los miaus de su entorno mayan de inquietud él les ofrece el parapeto de su hasta ahora rentable estoicismo y la frágil lanza del decreto ley. Rajoy aún piensa que sí se puede y mantiene que a las encuestas sólo hay que prestarles atención un mes antes de las elecciones. Pero ya son muchos los que desconfían. Alberto Núñez Feijóo está de ronda. Por algo será.

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