Sevilla es estos días una antigua memoria de olores que nos llegan desde la infancia. El tiempo viene, como cuando vuelves embriagado de madrugadas, mojado en la miel de unas torrijas, con brisa viajera de azahares, penetrando estancias con el cuero de sandalias de nazarenos de la vieja guarnicionería de San Pablo, o espartos de la Alfalfa. El tiempo viene otra vez con revistas de primavera de Rafael Salvatella, Manuel Ferrón Juárez o Cipriano Gómez Lázaro. El tiempo viene con programas de Filiberto Mira o de Perales. Y viene el tiempo con postales del Escudo de Oro, las que mejor sacaban los pasos por la Puerta de los Palos. El tiempo viene volviendo y vuelve viniendo, que es como mejor pasa el tiempo en Sevilla. Es como el bolero aquel del reloj que no marca las horas. Es como el instante de los ojos del Cachorro, el tiempo ese parado eternamente en las pupilas que no acaban de dejar la vida ni hallar la muerte.

Parece que acaban de editar Albores de Primavera o Al pie de la Giralda. Parece que están asomadas sus portadas a los escaparates de la Librería Sanz o a los de Pascual Lázaro. Huele a la tinta nueva de sus nuevas páginas. Huele a imprentas de Sevilla contra reloj, a marchas forzadas para que las revistas de primavera, como Amor o Calvario, salgan de sus planchas en cuatricomías de morado y oro semanasantero. Y yo me acerco las hojas como si de una cata de olores de tinta se tratara. Es esa tinta aún fresca de fotos de Semana Santa. Esa tinta recién estrenada que me llega de los talleres de Sevilla. La tinta casi húmeda aún de Gráficas San Antonio, la tinta de Gandolfo, la de los hermanos Emilio y Joaquín Saénz en Gráficas del Sur... La de veces que me habré acercado las páginas abiertas de un programa para que un papel couché con La Macarena o La Amargura se inauguren en el aroma de mis ilusiones. Y cuántas también las he cerrado como quien intenta evitar que se escape el caro perfume de los sueños, esos sueños con cornetas y procesiones de Sevilla en los labios de Romero Murube, cuando viene Jesús Nazareno por la tarde de marzo.

Se habla siempre del azahar y de las torrijas. Siempre de aromas y olores al aire libre. Pero hay también un olor que viene de los rodillos, de las tintadas, de las máquinas de la calle Almansa en las que Damián y su gente imprimen boletines, programas, carteles y revistas de las cofradías. Es como un olor de bodega cerrada en los sótanos de más solera del alma de Sevilla. El olor del papel que estampa nuestros pasos. El olor de los programas que ya te cuentan las horas y los caminos exactos de Sevilla en estos días.

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