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Análisis

rogelio rodríguez

Optimismo sin causa

Los escribanos de la imaginaria Cataluña independiente son aviesos, no imbéciles

La charlatana y dividida España política, por la que bullen los partidos que preservan la Constitución con mandíbula blanda, se explaya en optimismo tras la claudicación de Carles Puigdemont, el fugitivo geopolítico en versión de la otrora mejor informada revista Times. Los predicadores de La Moncloa y emisarios de distintos contubernios izan el gallardete de la victoria frente al independentismo catalán, sólo porque el candidato telemático a la Presidencia de la Generalitat envió a su alterable acólito Toni Comín un mensaje que decía: "Esto se ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado".

Clarividente conclusión, captada por Telecinco a instancias del indiscreto confidente, que ha servido para mostrar la discordia entre los clanes del independentismo y avivar la actitud arribista de los que, desde el otro lado, aprovechan cualquier oportunidad para nublar una realidad tórrida y mezquina, cultivada durante años.

Desde que fuera investido, en enero de 2016, Puigdemont ha sido el actor principal de la tragicomedia nacionalista. Un político truhan que llegó al poder por su prestancia al diabolismo antiespañol, por descarte y por casualidad, y hoy, como el satán de John Milton en El paraíso perdido, es más una víctima políticamente repulsiva que un verdugo capaz. Los escribanos de la imaginaria Cataluña independiente son aviesos, pero no imbéciles. El consensuado títere derivó en un necio incansable de los que hablaba Ortega y pronto se erigió en protagonista de una etapa, quizás imprevista en tiempo y forma, que movilizó las hordas soberanistas y desveló un Estado de derecho más desguarnecido de lo previsto.

Pero Puigdemont sólo era un recurso y su suerte estaba implícita en el artículo 155. Por eso forzaron su pulso al Gobierno y no le permitieron convocar elecciones. Por eso los republicanos de ERC, los disfrazados del PDeCAT y los antisistema de la CUP lo dejarán como el gallo de Morón. El mensaje que le lanzó de inmediato Oriol Junqueras alumbra una venganza entre rayanos y el deseo de que comparta su destino entre rejas: "90 noches en Estremera", escribió el ex vicepresidente en las redes sociales con ojo desencajado.

Los líderes del procés han sido derrotados por la Justicia, sólo por la Justicia, y todo indica que serán inhabilitados, pero el lejano triunfo sobre el secesionismo depende de una política con mayúscula que ni está ni se le espera. Eso que el actual presidente del Parlament, Roger Torrent, llama "derecho heroico" para instaurar la república cuenta con el apoyo de casi el 50% de los catalanes (8% en 1978). A Puigdemont, Junqueras y compañía les sucederán otros que no cejarán en sumar adeptos a su causa. Tienen los medios para hacerlo. Y, sobre todo, se aprovechan de la zafiedad imperante en un país que, si mal gobiernan los que están, los grandes grupos de la oposición provocan escalofríos.

Es revelador que Ciudadanos, un partido recién llegado y con sólo dos nombres propios reconocidos, figure ya como principal alternativa. Ocurrió en Francia con Macron, pero Rivera no es Macron y España es diferente.

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