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Análisis

rogelio rodríguez

Un PSOE centralista y plebiscitario

Sánchez, quien más vocea por descentralizar el Estado, aplica al PSOE un modelo centralista

Lo que, por principio, nunca se plantearon González, Almunia, Zapatero o Rubalcaba lo consumará hoy Sánchez a orillas del Tajo: abolir las competencias del hasta ahora todopoderoso Comité Federal del PSOE. El más diluido ideológicamente de los secretarios generales del partido que durante más años ha gobernado la España democrática (1982-1996 y 2004-2011), quien peor resultado electoral ha obtenido, volteará en Aranjuez, villa del motín y del concierto, la organización socialista. A simple vista, una reforma estatutaria democratizadora y participativa; en el fondo, una coartada para blindar al líder y a su escolta pretoriana frente al proverbial oleaje de las federaciones.

Precisamente Sánchez, el dirigente que, junto al caudillo de Podemos, Pablo Iglesias, más vocea la descentralización en la gestión del Estado, aplica a su partido un modelo centralista y plebiscitario, en el que los tradicionales órganos de representación quedan reducidos a comitivas de crispados observadores. La resignada abdicación de los barones, incluidos los que muestran su rechazo con inocuas actitudes absentistas, desvela el miedo a ser desalojados del próximo tren electoral -en 2019 hay comicios autonómicos y municipales- y, también, la falta de fuste de los actuales jefes regionales. Ahora no es que el PSOE no sea la suma de 17 PSOE, como dice el siempre sospechoso presidente de Extremadura, Fernández Vara, encaramado al séquito sanchista, sino que sólo existirá el PSOE que determinen la Ejecutiva y las bases, éstas de forma controlada y por concesión estratégica emanada de una coyuntura cismática.

Además de elegir a sus principales dirigentes en primarias, la militancia decidirá sobre asuntos de tanto calado como los pactos de Gobierno a nivel nacional, autonómico y municipal, apoyar o no la investidura del candidato de otro partido y -¡ojo al dato!- sobre el cese del secretario general, pero Ferraz se arroga la potestad de convocar consultas en cualquier nivel territorial, formular las preguntas que quiera y el control de las listas electorales, por lo que podrá cambiar las propuestas que realicen las bases. Es decir, a los militantes se les concede el favor de hacer el pedido, pero el menú se decide y elabora en la cocina de Ferraz, a las órdenes del gran chef. La militancia tiene la palabra no es más que una leyenda efectista de cara a la tropa de casa, que se reduce al 5% de la cosecha de votos en unos comicios generales.

Alfonso Guerra tenía razón. El sistema restringido y absurdo de elecciones primarias se convirtió en el Waterloo de sus propios diseñadores. Y por ahí entró Pedro Sánchez, un político advenedizo y osado que hizo del victimismo virtud, incluso en sus amplias derrotas electorales, con un discurso pobre y versátil, pero capaz de remover a su favor las vísceras del descontento interno. No refundará el PSOE, pero lo ha sometido, al menos hasta que hablen las urnas. A la militancia le sentaría fatal una nueva y catastrófica derrota.

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