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Análisis

José Ignacio Rufino

Piqué y la balanza arbitral

El gran central barcelonista no da puntada sin hilo y prepara su campaña a la presidencia del BarçaEl victimismo con los árbitros -qué risa- es paralelo al de la balanza fiscal

De Luis Miguel Dominguín, el espigado matador de toros padre de Miguel Bosé, se cuentan muchas anécdotas, todas marcadas por la arrogancia. En la plaza de Madrid, antes de entrar a matar, levantó altanero el dedo índice proclamándose el rey de los toreros. La plaza se dividió: mitad bronca, mitad rendido aplauso. El estoconazo fue de época. De las dos orejas concedidas sólo cogió una: la mitad del trofeo. En otra ocasión se dirigió a un espectador que lo imprecaba y le hizo unos cuernos con la mano: "Baja tú y hazlo con esto". Gerard Piqué no es torero, es un futbolista excepcional cuya clase y talento radican mucho en su cabeza, superior. Se expresa bien, es un empresario innovador de éxito ya a su edad, tiene madera de líder, dice lo que quiere. Como a Dominguín, le pierde la soberbia. En su caso, ésta puede adquirir tintes de niñato malcriado en sus periódicas declaraciones ante los micrófonos, o en actitudes de celebrity maleducada. Independentista confeso -él sabrá, no entramos en sus ideas-, ha comprendido que un numerito, cuando se da en público, debe crear eco: hay un estratega en él, muy proclive al marketing, también al 2.0. Por eso creo que la forma en que se dirigió al máximo representante de la Liga en el palco, al terminar un partido contra el Villarreal hace unos días, es premeditada (e inédita: es lo nunca visto en un estadio). Busca resonancia, satisfacer a su grey y a su claque, asegurar los apoyos de la masa social culé más independentista y que gusta del tifo estelado. El Barça como metáfora deportiva del procés. Estrategia tan brillante como las luces del traje de Dominguín.

Que el FC Barcelona, junto con el Real Madrid, recibe mucho más apoyos arbitrales que el resto de equipos -creo que sobre todo por la presión que ejerce su dimensión brutal- es algo que no conviene negar si no se quiere ser un hincha de espaldas a la realidad. Que el Barça es mes que un club, y que por esa institución se canalizan desde siempre sentimientos nacionalistas y de diferencia, es también evidente. Que es una sociedad deportiva que aporta al negocio del fútbol -y le viene de vuelta multiplicado- lo que no aporta casi ningún equipo del mundo es asimismo innegable. Y que, por eso, algunos están siempre doliéndose de muy soberanistas maneras le parece a uno cierto al cien por cien: "Soy distinto, soy mejor, contribuyo más: dadme lo mío, una consideración superior". O sea, y en concreto: "No me toquéis las narices, árbitros, a mí se me respeta por ser yo quien soy, y entre perjudicarme y beneficiarme, lo segundo y por defecto, cuidadito". Con la intención indisimulada de ser presidente del Barça antes de los cuarenta, Piqué se quejaba, en su puesta en escena al irse a la ducha en Villarreal y en sus posteriores declaraciones, de una especie de persecución arbitral -¡Dios de mi vida!-, o sea, y por así decirlo, de una "balanza arbitral negativa". Doy mucho y me quitan más. Un trasunto perfecto del Espanya ens roba, de la esgrimida balanza fiscal con la que España funde -fundiría- a impuestos a Cataluña mientras aporta ridículas inversiones a su territorio. Desde luego que el Barça es mucho más que un club, y más que un equipo de época en el que figura el mejor futbolista del mundo, Messi. El enfoque de marketing de Piqué, que cuenta con muchísimos apoyos políticos en la masa social del club, es claro: aprovechar el viento de cola del victimismo ante España. Aunque sea con la desfachatez de esgrimir que los árbitros los persiguen. Aunque tenga que hacer numeritos propios de Dominguín dirigiéndose al palco con aire prepotente. Se ahorra una barbaridad en campaña. Para mí que la tiene ganada, qué habilidad. Ole ese torero de blaugrana y oro.

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