Análisis

rogelio rodríguez

Populismo, incompetencia y mentiras

El problema es tan hondo que va más allá de la clara devaluación de la clase política

Si cuantos dirigentes significados por su populismo, incompetencia, corrupción o engaño abandonaran la vida pública, el tiempo de inestabilidad que nos atenaza decaería en los músculos de una generación que, como diría J. F. Kennedy, está obligada a construir una autopista para la siguiente. La identidad de España como país, la cohesión social articulada mediante la riqueza de la diversidad, es hoy zarandeada por una camarilla de políticos empeñados en crear colectivos excluyentes. Asistimos a la evaporación de las ideologías que construyeron una democracia fiable sobre las brasas de 40 años de dictadura y obviaron evocar una república entintada también de tragedia. El Estado de Derecho deriva hacia la contemplación de los insurrectos en sus distintas versiones, antesala del sálvese quien pueda.

El populismo, que en Occidente culminó en 2016 con la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses y la decisión de los votantes británicos de abandonar la Unión Europea, se frenó en 2017 con las derrotas electorales de los extremistas Wilders en Holanda, Le Pen en Francia y Hofer en Austria. Y a esos fracasos, saludables para el devenir democrático, se sumó en nuestro país el descalabro del procés en Cataluña, cocinado con métodos populistas. Pero el riesgo, en Europa y aquí, permanece activo y sin visos de poder sofocarlo a corto o medio plazo. Los académicos Fernando Vallespin y Máriam Martínez-Bascuñan lo explican en su recomendable libro Populismos, en el que detallan los peligros que se ciernen sobre las instituciones centrales de la democracia liberal y alertan del posible siniestro de una sociedad cerrada en torno a unos líderes descargados de ideología que practican el autoritarismo.

El problema es tan profundo, producto de tanta dejación y ceguera gubernamental, que va más allá de la objetiva devaluación de la clase política. Resulta muy difícil de explicar que, por ejemplo, el independentismo catalán haga carrera en Europa, que en Cataluña campen los llamados Comités de Defensa de la República, que actúan como organización paramilitar, o que grupos anticapitalistas de distinta ralea actúen como brazo armado de una oligarquía tramposa y corrupta. O que los tradicionales sindicatos UGT y CCOO apaleen gravemente su historia, y defrauden a gran parte de una militancia muy venida a menos, con su participación en la manifestación separatista del pasado domingo, un hecho que, sin duda, ha soliviantado la respetable ancianidad del otrora líder ugetista Nicolás Redondo y hostigado en su tumba al fidedigno dirigente de Comisiones, Marcelino Camacho.

Afloró la corrupción, se extendió la incompetencia y ahora también fluye la mentira, que ha resultado exponencial en el caso de la todavía presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que, a su vez, ha destapado una maraña de mentiras en los CV de políticos de todos los partidos, que no serán jurídicamente delictivas, pero representan conductas ruines y despreciables. Dice un proverbio judío que con una mentira se puede ir muy lejos, pero sin esperanzas de volver. En nuestro caso, ni eso está claro.

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