Cuán distinta la Gala de los Premios del Cine Europeo de la de los Goya. Me pregunto cuántos espectadores vimos el pasado sábado. Está bien eso de que sean unos galardones sin bautizar. Los Premios EFA. Las iniciales de la Academia, y punto. Fueron tres horas sin pausas repletas de discursos larguísimos y muy pocos premios (los cinco galardones técnicos se dieron a la vez) ¿Cuántos españoles seguimos por Movistar Xtra estos 180 minutos? ¿Llegaríamos a 3.000 ó 4.000? Pienso que hubiésemos cabido todos juntos en una sala grande de un complejo comercial? Me pregunto también cuántos alemanes, franceses, italianos o rusos la siguieron ¿Esos datos se pueden conocer? Porque no quiero pensar que el abotargamiento que sufrimos por estos lares es exclusiva nuestra. Para el espectador medio, incluso con formación universitaria, discursos como los de Wim Venders, Agniezka Holland o Alexander Sokurov son poco menos que una excentricidad.

De apariencia sobria pero con una gran complejidad en la puesta en escena, la 30 edición de los Premios EFA volvió a demostrar lo lejos que estamos unos de otros. Qué poco conocemos las cinematografías de nuestro continente. Ni siquiera las películas ganadoras, como The Square o En cuerpo y alma, fueron vistas por más allá de 30.000 españoles las pocas semanas que estuvieron en cartel en nuestro país.

Los EFA de 2018 se celebrarán en Sevilla, que se ha ganado a pulso la candidatura gracias al Festival de Cine Europeo. Puede que haya más música y espíritu festivo del que vimos en Berlín, pero que nadie piense que nos remitirán a los Goya. Por cierto, que en las candidaturas que conocimos ayer confirmamos el bajo nivel que atraviesa nuestra industria. Algo que evidencian los ocho guiones, algunos de ellos tan fallidos e inoperantes, que optan a la gloria. Y es que sin un buen guion, ya se sabe, apaga y vámonos.

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