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Sucedió a primeros de octubre. Recibí una invitación de la productora de Ochéntame, Ganga, la misma de Cuéntame. De los 19 capítulos que iban a grabar, uno estaría dedicado a los irrepetibles, a todos aquellos que marcaron una forma de hacer televisión. Me llevaron al polígono industrial donde se graba la serie, y utilizando los decorados de la misma me sentaron en una zona de penumbra iluminada apenas por unos focos cuyo contraluz me impedía ver las caras de mis interlocutores. Y comenzó el interrogatorio. Mejor dicho, la tormenta de ideas a propósito de los recuerdos de la televisión de los ochenta. En estos casos funciona muy bien guiarte por la primera impresión, por lo primero que se ve viene a la memoria ante la sola evocación de cualquier personaje. Hablé y hablé, con sosiego, por espacio de hora y media. Y después, en el autoservicio en el que come el equipo, donde me encontré al guionista Joaquín Oristrell, continué hablando. Incluso en el AVE de regreso a casa proseguí con el monólogo interior de datos, nombres, horarios y parrillas. Una vez convocados, los recuerdos no dejaban de fluir.

Viendo Ochéntame otra vez, 90 días después de la grabación, sin acordarme de casi nada de lo que había contado allí, vuelvo a sentir la necesidad de más formatos como éste, más reposados y con más profundidad. Qué duda cabe que Mercedes Milá, Guillermo Summers o Ramón Sánchez-Ocaña tienen una entrevista infinita acerca de su labor en TVE. Anécdota a anécdota. Como también enamorados del medio como Francisco Andrés Gallardo, Borja Terán, Fernando de Felipe, Cipriano Torres o Miguel Herrero San José podrían aportar repensando la historia de la época dorada de TVE. No en un flash. Con calma.

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