El terror por las gallinas, el amor por los trenes en un solitario e incomprendido placer, sus obsesiones metódicas y una madre beata y resignada. Sheldon lo iba contando por los capítulos de Big Bang, haciéndonos una idea de cómo podía haber sido la infancia de ese repelente niño Vicente, entre una hermana pragmática y un hermano acosador y cani. El esqueleto de Young Sheldon estaba montado y ya sólo había que materializarlo. Los productores ejecutivos han tomado el camino narrativo y estético de Forrest Gump con inspiraciones de la primera gran familia desestructurada de la telecomedia juvenil, la de Malcolm, y por supuesto de Aquellos maravillosos años, apelación supina a la nostalgia escolar. Es normal que también sobrevuele el espíritu Simpson, que envuelve todo lo que es parodia multigeneracional.

El prólogo de esta novela ha sabido a poco, pero no ha habido ningún olvido para enganchar a los devotos del estridente físico tejano. Su mundo en un instituto de mayores, en esa frontera donde lo ochentero coquetea con el grunge y donde se viene a sepultar lo más convencional y gazmoño de la sociedad estadounidense. El niño tiene que renunciar a la pajarita. Sheldon, incomprendido, se nos ha reconvertido en Cuéntame, aunque sin caer en extremismos argumentales, lo que revela el cariño e incluso respeto con que se tomado la niñez del exasperante personaje. El propio Jim Parsons pone el off al actor infantil impagable que es Iain Armitage. Se ha confirmado una temporada completa a ese nuevo mundo en el Texas profundo que tiene que bascular entre la complicidad con los espectadores de Big Bang y las posibilidades de una familia desconcertada, con esos profesores en rebelión contra el pitagorín, que puede dibujar un retrato más ácido y amargo de lo que parece. Matices que no puede permitirse en exceso la sitcom originaria y que en el caso de la niñez del protagonista son necesarios para darle un sentido propio. Young Sheldon volará sola pronto. Es algo empírico, no una cuestión de fe.

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