FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Madrugada en la Catedral, el silencio da paso a una oscuridad que recorre y embelesa las naves del maravilloso templo gótico, como si se tratase de un duende embriagador que lo envolviese todo. Al instante suenan unos golpes contundentes en las puertas cerradas de San Miguel. A la llamada, éstas se abren rápidamente -el tiempo se para en un silencio que rompe la noche de pasión-, comienzan a entrar con elegancia y serenidad nazarenos esbeltos de ruan negro que siguen a su titular, la Cruz de Jerusalén, van perfectamente emparejados en una simetría casi perfecta. En ese momento en el templo se está rezando y todo es sigilo en señal de acatamiento, mientras tanto, unos niños vestidos de librea, entregan un escrito pidiendo la venia al Cabildo Catedralicio en señal de pleitesía, como marca la costumbre.

Nazareno tras nazareno, van pasando los tramos en un mutismo acogedor que llama a la reflexión y al rezo, solo interrumpido por el leve sonido del celador llamando a la genuflexión delante del Santísimo en una coordinación sincronizada, ¡Dios, cuánta belleza en esa noche de pasión y de traición! Qué recogimiento interno se respira en la Catedral, frente a ese bullicio del exterior, como una dicotomía tan característica de nuestra ciudad.¡Qué estoicismo en la Catedral! ¡Qué tumulto en el exterior! Esas dos Sevilla, una imperturbable que sabe a dónde va y lo que quiere, frente a la otra maleable y temporal.

Los nazarenos enjutos van transitando muy juntos, comprimidos en una actitud recia y penitencial. Finalmente llega ese magnífico paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno con su particular caminar, con sus zancadas características va recorriendo las naves del templo y todo el aire se comprime en una oscuridad rota por las cirios de los hermanos, lobreguez que lo envuelve todo como una nube de incienso, de azahar y de firmeza ante un Hijo que va cumplir la voluntad de su Padre.

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