Aveces escribimos junto a recodos del camino, en descansos de vivir, bajo el amparo de las sombras de "las calles estrechas de Sevilla", las que cantó Perales. A veces escribimos para guarecernos de las tempestades de la actualidad, desde refugios que nos protegen de tantas agitaciones diarias, cuando un desvanecido contraluz de la tarde puede ganarle al fogonazo en pie de las noticias, de las malas noticias de tantas cosas.

Y Santa Ángela de la Cruz es una calle-refugio. Desde su extremo en Imagen (con tráficos y transeúntes rápidos), ya invita a la calma; una vía de escape de la prisa, una amable sugerencia a la paz. Hasta el largo ciprés evoca un aire quieto de camposanto, porque los cipreses creen en Dios. Acogen sus ramas un leve temblor de brisa y llega a ser el sosiego del llanto de azulejo de Madre de Dios de la Palma.

Santa Ángela de la Cruz es, más que una calle, una vena con sangre de milagros. Parece contarlos en mitad de sus cales un retablo de Amargura, allí donde San Juan de la Palma señala los secretos caminos de alpargatas y estameña. A mí me sigue costando decir eso de Santa Ángela, a mí me sigue saliendo natural lo de Sor Ángela. Me sale de nacimiento, de haber venido al mundo muy cerca de su monumento, erigido por el pueblo mucho antes de que Roma la elevara a los altares. Y es que aquel monumento por la entrada de la calle, el que vi tantas veces de niña en la esquina, aquel ya era su altar. Se lo había levantado la misma Sevilla que puso a la Inmaculada en la plaza del Triunfo, con victoria de dogma concepcionista junto a las almenas del Alcázar. La misma Sevilla adelantada a Roma, la Sevilla a la que un convento le pareció un Vaticano para reconocer una santidad sin canonización.

Resulta curioso que ahora puedan leerse a la vez Sor y Santa. Sor en el pedestal de su imagen y Santa sobre el ladrillo visto de la fachada de la iglesia de San Pedro. ¿Un olvido o un despiste? O simplemente una pura y simple razón de economía para ahorrar el coste de una nueva piedra. Lo cierto es que bajo los motivos reales de que en la vieja inscripción siga leyéndose Sor Ángela, parece testimoniar Sevilla dos sinónimos de la santidad manifiesta de Madre.

Recuerdo ahora una anécdota de El Pali. Una madrugada empezaron a sonar las campanas de la Giralda. El estruendo llegó al Pali con facilidad, pues vivía cerquísima de la Catedral, en la calle Tomás de Ibarra. Lo despertó, lo sacó de la cama hasta la acera, y el cantaor se dijo a sí mismo, tratando de encontrar una explicación a aquel volteo imprevisto en la alta torre y en las altas horas: "Esto es que han hecho santa a sor Ángela". Nada más lejos de la realidad. En el sistema eléctrico que acciona las campanas, una simple rata había provocado que el mecanismo se pusiera en marcha. Pero mira por dónde, ahora que se puede decir Santa, yo sigo llamándola Sor Ángela, como su pedestal. Sabiendo que el repique de Sevilla la canonizó mucho antes, muchísimo antes de que lo hiciera el Papa. Muchísimo antes de ver a Su Santidad atravesar la calle Sor Ángela de la Cruz.

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