Análisis

francisco andrés gallardo

Underwood

'Breaking Bad' era una línea recta; 'House of cards' empieza a dar vueltas en círculo

Pongamos el ejemplo más claro: Breaking Bad. Cada temporada fue mejor que la anterior. La evolución de Walter White es el camino hacia la cúpula del mal que arrastra a los demás personajes que van agrandando, sin estorbar, la serie. No hay caminos en círculo, ni estridencias sin hilar. Línea recta hacia el fin. No hay concesión al culebrón. Better call Saul sigue la senda. La pastosa narración, que aún seguimos masticando en una heredera de similar calidad, tendrá recompensa en su momento. Nos lo imaginamos porque estamos en las manos de Vince Gilligan. Mientras, hasta que se vaya afilando el pasillo, se pueden disfrutar de todas las fintas de su realización cinematográfica y ese desamparo del personaje de Bo Oddenkirk.

Las líneas rectas no se observan ya en la agonía y decadencia de House of cards, la paranoia del poder, el olimpo cochambroso, irónico, sobrecogedor producido por Netflix y que se puede seguir en Movistar Series. La fontanería de Washington, con estos Reyes Católicos actualizados, se ha convertido en un serial donde, ya establecidos en la cima, las historias de los Underwood se centran en la reincidencia monótona de acumular el poder sobre todas las cosas. Incluso las cosas lógicas. Kevin Spacey alumbró un Walter White en la Casa Blanca, pero Frank Underwood es ahora una fiera encarcelada que da vueltas sobre sí mismo frente a su chorba oponente, Claire, a cargo de una Robin Wright prodigiosa, pero algo desaprovechada.

Con tres temporadas House of cards hubiera estado entre lo más glorioso de la nueva pantalla. Si no se le asesta un buen remate va a quedar sumida en una triste indiferencia.

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