Ser fan de María Jiménez desde hace años me ha llevado a descubrir un precioso homenaje que le han dedicado a esta fiera del cante. Un homenaje cantado. Las maneras de definir a María van por los derroteros de la pasión, la sensualidad, el desgarro... Aún hoy, ya retirada del espectáculo y los aplausos, tenerla delante es ver aquella María hecha jirones en la vida y en el escenario. Carmen Nuño ha conseguido sacar a la luz un disco con las grandes canciones de una mujer revolucionaria, "Por siempre... María". Y ha conseguido la colaboración de artistas como Arturo Pareja-Obregón, Antonio Canales, Pascual González, José Manuel Soto, Juan Valdés... imposible meter aquí la nómina de tanta admiración. Al escucharlo lo primero que sentí es que no está cantado con cuerdas vocales, son maromas. Las que también María siempre tuvo sin permitir que se rompieran.

Empezó cantado con guitarras maestras. La Pipa, la de Las Brujas, se partió los pies en los tablaos y la voz en bulerías y rancheras. Y llegó cantar con Sabina más de quinientas noches. Hoy vive entre Triana y Chiclana. Reposa tranquila. Una vida dura merece el reposo del guerrero. Y también merece un homenaje. Por ello agradezco a Carmen Nuño que lo haya hecho, con la antelación necesaria. Con respeto y gusto. Con la amabilidad de escuchar ese "rincón del alma", el "Se acabó", aquel "Átame a tu cuerpo"... y tantas otras que María cantó sin falsedad. Porque eso se nota. Igual que ahora te mira sincera y sigue diciendo lo que le viene en gana. Hay personas que se lo pueden permitir, sus pisadas le dan ese derecho. Juan Valdés la define como anárquica. La personificación de la libertad.

Y José Manuel Soto la describe, para el disco de Carmen, así: "En los 70 surgió la voz aguda y desgarrada de María envuelta en las guitarras mágicas de Cepero y Enrique de Melchor, metiendo por rumbas y bulerías abambinadas las mejores rancheras del gran Jose Alfredo. Canciones propias de borrachos y perdedores que habían sido sus compañeros de juerga en sus correrías de juventud sevillana. Aquellos taconeos sobre el escenario llenos de fuerza y compás provocaban miradas lascivas en una España que se desperezaba de un sueño largo y oscuro y le ayudaban a ella a olvidar las penurias de su infancia en Triana.

Nadie como ella cantó al amor con tanta verdad y desgarro, poniéndose por montera el mundo anterior y toda aquella mugre casposa y mojigata del folklor patrio. Todo fue distinto después de aquel "Vámonos donde nadie nos juzgue!!" Y nada será lo mismo cuando perdamos esa voz que salió de un alma rota y que aprendió a matar su dolor con la fuerza arrebatadora de un quejío rumbero". Y el día que ella no cante, se acabó.

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