No hay un solo gobernante europeo con un entusiasmo desbordante por hacerse amigo de Donald Trump, un personaje con un programa político y unos comportamientos que provocan profundo rechazo. Pero no hay un solo gobernante europeo que no comprenda que es necesario mantener buenas relaciones con EEUU, llámese su presidente Trump, Bush, Clinton, Reagan o el que hayan elegido sus ciudadanos. Aunque no hay día en el que esos mismos gobernantes no se escandalicen por algunas de las decisiones de Trump.

Macron lo invitó a la fiesta nacional francesa, Merkel lo trata con frialdad manifiesta pero lo trata y Rajoy no dudó el acudir a la Casa Blanca donde, por cierto, fue tratado a cuerpo de rey. Hablaron de los asuntos que preocupan en el mundo, pero los titulares españoles se los llevó Cataluña. Nos interesaba la opinión de Trump al respecto, que dio para lo que dio porque se atuvo a lo que se esperaba, como no podía ser de otra manera ya que para eso cuenta con asesores que le indican la declaración políticamente correcta y se mueven las embajadas para acordar los términos en que debe expresarse, como ocurre en todos los encuentros entre presidentes y primeros ministros del mundo. De ese tipo de formato no suelen salir grandes sorpresas.

Para Trump, España es un gran país y desea que se mantenga unido. Motu proprio, haciendo gala de su habitual forma de proceder, dijo en su lenguaje coloquial que sería "una tontería" que Cataluña se separara de España. No fue mucho más allá el presidente americano, aunque al menos no dijo aquello de que "es un problema interno", como el embajador de EEUU tras el 23-F. Misión cumplida en Washington, Trump se pronunció a favor de la unidad de España. Todo lo demás que trató con Rajoy no interesa.

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