La semana ésta de pasión se abrió, como es habitual, conmemorando la entrada de Jesucristo en Jerusalén, y, nada habitual, coincidiendo con la entrada de un ex president de la Generalitat en una cárcel alemana. El de la fe es un camino bloqueado por la razón, pero hay que reconocer que la liturgia que se gastan estos días los creyentes (y los presuntos) tiene un punto de emoción hasta para los más ajenos a la causa y hace de la presunta divinidad algo cuasi familiar. Como les pasa a esos airados miembros de los comités de defensa de la república que toman las calles y las carreteras catalanas espoleados por la reclusión del dios menor y sus conmilitones, que trataron de imponer su dogma a todos los que no comulgan -más de la mitad del pueblo catalán, escolti- con el raca-raca.

Estos fervorosos creyentes, muchos de ellos sin duda gente de buena fe, de la cofradía del santo reproche a España ya están bajando poco a poco de la nube, de ese viaje a ninguna parte en el que los embarcaron unos iluminados ahítos de estelada para ocultar con una banderita problemas de bandera, como la corrupción (3%) o los recortes (la tijera de Carles Puigdemont poco o nada tiene que envidiar a la de Mariano Rajoy). Con el estruendo propio de estas fechas, las campanas doblan por los políticos presos (el orden de los factores sí altera en este caso el producto), a quienes el Parlament dedicó ayer uno de sus últimos minutos de gloria, pletórico de simbolismo pero tan efectivo como un payaso de luto. Ya ven a lo que están llegando los de ni un paso atrás, alguna hasta ha acabado a dos manzanas de Iñaki Urdangarín.

Pero se acabó el postureo. El reloj no corre, vuela, y si el 22 de mayo el independentismo sigue a dos velas, al dios menor y al diablo de la obsesión, se convocarían de nuevo elecciones. Y las poltronas, y sus suntuosos correlatos, quedarían en el aire. Así que el canto del cisne del preso de Neumünster es un hecho y el tiburón nacionalista venido a menos tendrá un entierro de la sardina en la historia. Que no lo absolverá, pobre de él.

Y ahora, a rezar ante los pasos para que no ocurra nada irreparable en las calles de Cataluña hasta que se forme un Govern. Amén de la sobredosis de prisión preventiva, sería la única bala que le podría quedar a ese infame demiurgo de la catalanidad que con tanto ego no cabe en la celda. 

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