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Análisis

Juan Ruesga Navarro

¿Quién decide en los puertos?

Tengo la sensación de que el futuro del puerto de Algeciras se decide en Dinamarca

En estos días se habla en Sevilla del dragado del río Guadalquivir, de la navegabilidad del mismo y del futuro del Puerto de nuestra ciudad. Todo un reto. Y en España se siguen con preocupación las negociaciones entre los estibadores de los puertos españoles y los sindicatos, con el Gobierno a la expectativa de la solución del conflicto, y de afrontar las sanciones de la Unión Europea si no se resuelven las directivas de la libre competencia que les afectan. Directivas a las que nos hemos ido adaptando todas las profesiones, una tras otra. Y nos preguntamos todos: ¿quién decide en los puertos?

Hace unos años estuve visitando la terminal de contenedores de la empresa Maersk en el Puerto de Algeciras. A lo largo de muchas hectáreas ganadas al mar, pude recorrer las instalaciones de este tipo más importantes del Mediterráneo y una de las principales del mundo. Los miles de contenedores apilados en ordenados montones de cinco niveles, mayores que muchas manzanas de casas, las imponentes grúas que los manejaban y los enormes barcos donde se alojaban ofrecían una imagen que nos empequeñecía. Esa sensación de pequeñez era mayor al saber que esta empresa es una de las muchas que componen el grupo A. P. Moller, que tiene su sede central en Copenhague, con 60.000 empleados en más de 100 países, y con actividades que abarcan navieras, líneas aéreas, petróleos y gas, industria, logística, supermercados e investigación, etcétera. Copenhague, Algeciras, Savannah, Yokohama, Rotterdam, Génova, Tánger, Nueva York, Shangái, Los Ángeles, Bombay, Nueva Orleans y docenas de puertos más en el mundo son testigos de la incesante actividad de todas las empresas del grupo. Y todo este imperio económico era dirigido por una sola persona. Que, por ejemplo, podía tomar la decisión de donar 400 millones de dólares para la construcción de la Ópera Real Danesa. Esta persona murió hace pocos años y lo ha sucedido una de sus hijas. Una supermultinacional familiar, para entendernos.

La terminal de contenedores ha conseguido que Algeciras figure en todos los mapas del mundo de los transportes. El cruce de dos líneas imaginarias que unen Europa y África y el Atlántico y el Mediterráneo a través del estrecho de Gibraltar, le dan un gran valor de posición. A pesar de su importancia, una inquietante sensación de fragilidad me invadió cuando terminamos la visita. Y en estos días la siento de nuevo. Un cambio de dirección en la empresa, un nuevo avance del transporte, como en su día fueron los contenedores, un nuevo equilibrio de intereses en el grupo, conflictos que desvíen actividad a la terminal que ya poseen en Tánger, etcétera, puede alterar la situación y hacer que una ciudad como Algeciras se vea postergada y brutalmente alterados sus planes de expansión y mejora. A pesar de la Unión Europea, del Gobierno de España, de los colectivos de estibadores y de los sindicatos, tengo la sensación que gran parte del futuro de Algeciras y su puerto, con la importancia que tiene para Andalucía, depende de una decisión tomada en un despacho en Dinamarca, sobre una mesa negra.

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