Los sociólogos nos advierten: "Vivimos una serie de cambios sociales de tal magnitud, que anuncian un cambio de época". En palabras del profesor Subirats podemos decir que hasta hace unos años, cualquier persona pasaba su existencia con "un trabajo, una familia y una forma de vida". Y podríamos añadir: y una ciudad. Y en el caso de Sevilla hasta podíamos decir: y un barrio. Hoy vemos a nuestro alrededor que cualquier persona pasa o podrá pasar por muchos trabajos, varias familias y una vida fragmentada. Y es posible que muchas ciudades, muchos barrios y muchas viviendas. El espacio y el tiempo se contraen. Se viaja con frecuencia y estamos conectados con un sinnúmero de personas en distintos lugares. La información sobre cualquier tema es inmediata. Cada vez se pueden conocer más sitios diferentes. Y las antiguas fronteras son porosas. No sólo para las personas, los capitales y la información, también para las ideas. Las tecnologías nos ayudan. Colaborar con instituciones y profesionales de distintas ciudades y países. Poder estar en contacto casi permanente con seres queridos. Y que no se debiliten los afectos y los vínculos.

Claro que gusta vivir en sitios conocidos. Pero quizás ya no estén esos sitios queridos en una sola ciudad. Les podría citar mis barrios favoritos, pero sería una pedantería. La realidad es que se nos queda demasiado estrecho nuestro barrio, un pueblo en la gran urbe. Saludamos a los vecinos y conocidos, pero en nuestro interior sabemos que no es todo nuestro mundo. El localismo nos gusta, pero como aportación genuina a lo universal, no como limitación de nuestra vida. Les pongo un ejemplo que me parece adecuado para estos días de calor. Supongan que nuestro universo fuera una tienda de polos, fríos, helados. Inolvidables polos de menta, leche y canela, naranja y limón, que ilusionaron nuestra infancia. ¿Qué haríamos al descubrir que en una ciudad mexicana, Michioacán, han florecido paletas, como allí llaman a los polos, de miles de sabores y colores? De todas las frutas imaginables. Y de dulces y postres de todas partes. De gustos imposibles, que resultan de maravilla, como las mezclas de frutas y chiles picantes. Y que se han expandido por todo Centroamérica. ¿Lo trataríamos como un exotismo foráneo? O nos entregaríamos a su disfrute, porque en el fondo forma parte de una gran línea cultural que nos une y potencia.

Así entiendo la relación con nuestra ciudad. Lo local como alimento esencial para nuestro cerebro. Las tradiciones y costumbres como sustrato pero no como tutelas impuestas. Cada persona debe decidir cada día su conducta según su conciencia, creencias y ética. Hay que reflexionar sobre cada decisión. Y asumir los errores, que vendrán. Errores que lejos de ser un signo de fallo moral, son inseparables de algunas de nuestras cualidades más humanas y honorables: la empatía, el optimismo, la imaginación, la convicción y la valentía. Gracias al error podemos revisar nuestra manera de entendernos a nosotros mismos y enmendar nuestras ideas sobre el mundo. No es una época fácil, pero me gusta.

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