DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

La reciente imposición de aranceles a la importación de aluminio y acero por EEUU ha desatado las críticas de gobiernos y economistas y, de continuar, va a tener como respuesta una guerra comercial con aranceles a las exportaciones de EEUU.

Desde el siglo XVIII, la Economía cuenta con una larga tradición de defensa del libre cambio como mecanismo de relación entre los países por el que, bajo determinadas condiciones, todos se benefician si no se imponen barreras arancelarias o de otro tipo al comercio. Sólo algunas excepciones a este principio se formularon en las décadas de los ochenta y los noventa para los casos de sectores que generen grandes externalidades positivas, asociadas a la producción y uso de nuevas tecnologías.

Las medidas adoptadas por el Gobierno de Trump han abierto la caja de los truenos y generado un debate que va más allá de la discusión estricta de la guerra comercial.

Las empresas se quejan de varias cuestiones muy importantes y no resueltas en sus relaciones económicas con China.

Una primera se refiere a los límites a la propiedad de empresas chinas por extranjeros. El actual límite del 49% impide, en la práctica, el control efectivo por parte de inversores foráneos, asunto que las empresas occidentales quieren que se modifique.

Una segunda está relacionada con los trámites burocráticos que hay que cumplir para realizar una inversión. En EEUU es posible crear una empresa y empezar a operar en solo dos días. Esta extraordinaria eficiencia no guarda un paralelismo con los trámites en China. Normalmente, son necesarios dos años para que el inversor extranjero pueda operar legalmente en el mercado.

Una tercera se refiere a la obligación que tienen las empresas extranjeras de facilitar la transferencia de conocimientos tecnológicos a las empresas locales. Esto ha sido, y continúa siendo, un factor clave para explicar el prodigioso crecimiento. Los dos siglos de ciencia y tecnología occidentales acumulados en un ordenador han sido asimilados por las empresas y ciudadanos chinos en dos meses; el tiempo que se tarda en usar adecuadamente un ordenador.

Existe una cierta desesperación por parte de las empresas occidentales debido a la lentitud de los cambios.

Estos problemas no sólo afectan a empresas de EEUU. Las más de 6.000 empresas alemanas que actualmente operan en China se enfrentan a problemas similares. Hablen con algún empresario español y les contará historias parecidas.

China es una dictadura política que intenta por todos los medios controlar los extraordinarios cambios generados por la apertura económica. Pero el mercado se mueve con mucha mayor rapidez que las lentas transformaciones conducidas por las autoridades.

De considerarse hace unos años una gran oportunidad para las empresas occidentales, se señala hoy como una amenaza. Las empresas que operan en los diez mercados que las autoridades han señalado como estratégicos -electrónica, computación, etc.- observan como sus tecnologías son copiadas sin coste alguno por las empresas chinas. Si el Gobierno de EEUU logra modificar este estado de cosas, las relaciones comerciales y, más ampliamente, económicas entre China y el resto del mundo serán más equilibradas.

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