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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Frase sacada de un sobre de azúcar y que repetimos como un mantra ante la añoranza de una posesión de la que ya no se disfruta. Consuelo fácil si el culpable de la pérdida es uno mismo, sobre todo cuando de poco cuidar la posesión, ésta acaba volando a nidos mejores. Pero, ¿quién no ha descuidado a una persona por estar más que acostumbrado a su presencia? ¿Quién no se ha olvidado de desvivirse por el otro porque la rutina le hizo creer que siempre estaría ahí? El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, porque todos somos expertos en relegar a un segundo plano lo que deja de ser novedad y empieza a formar parte de la rutina.

Todo lo nuevo provoca en nosotros un sentimiento adictivo digno de tratar. El móvil nuevo, las gafas nuevas, el coche nuevo... Eso por no hablar de las personas. Siempre que conocemos a alguien (ya sea amigo o pareja) necesitamos pasar el mayor tiempo posible con ellos. Los sentimientos que experimentamos, las aventuras que vivimos y las charlas que mantenemos nunca antes se han producido y eso provoca una sobreestimulación en nosotros que siempre nos deja con ganas de más. Hasta que lo nuevo se vuelve antiguo y los sentimientos se tornan rutinarios. Ahí es cuando decidimos guardarlo todo en cajón y nos olvidamos de cuidar, de atender. Luego se producen las pérdidas y repetimos nuestro mantra hasta dar con algo nuevo que vuelva a sorprendernos. Pero, ¿qué ocurre cuando la relación tiene el mismo tiempo que nosotros años? Que después de décadas resulta imposible que parezca nueva, que nos estimule, y eso ocurre con las madres.

Llevan con nosotros el mismo tiempo que nosotros con ellas y el factor sorpresa hace años que lo dejamos a un lado. Das los buenos días como el que saluda al entrar en el metro, le resumes qué tal tu día con una sola palabra, llamas a la hora de comer porque lo haces desde hace años y la felicitas un día como hoy porque unos grandes almacenes te lo han recordado. Así con todo porque, total, ella va a estar toda la vida. Hasta que una noche sueñas que ella desaparece. Sientes un vacio insoportable y un miedo aterrador se apodera de ti. Entonces comprendes el verdadero sentido de no saber lo que se tiene hasta que se pierde y le pides a Dios que la rutina, la vuestra, dure hasta que el sol deje de brillar.

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