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El ministro De Guindos estuvo hace unos días en Málaga explicando algunos detalles de la nueva ley hipotecaria. Teóricamente bancos y prestamistas tendrán más difícil esquivar sus responsabilidades porque, entre otras cosas, se regula la ejecución por morosidad y sus correspondientes tasas, así como la información que debe recibir el cliente, que ha de ser entendida en todos sus términos, y somete a la vigilancia del Banco de España a los intermediarios no bancarios, aunque no todo el mundo comparte esta valoración. Para algunos es condescendiente con la banca, a la que libera de la obligación de informar y descarga la responsabilidad en los notarios. Uno de los aspectos más relevantes de la comparecencia fue el mensaje sobre reducción de los costes de las operaciones cuando el prestatario desee modificar las condiciones del crédito o cambiar de entidad, y no tanto por el abaratamiento en sí, como por la sutil manera de apuntar cambios a medio plazo en el mercado hipotecario.

El anuncio de reducción del coste (comisiones bancarias y gastos de registro y notaría) de cambiar una hipoteca a tipo de interés variable a otra de tipo fijo supone el reconocimiento implícito de cosas que ya están ocurriendo y ocurrirán. Por un lado, que la proporción de hipotecas a tipo fijo (una de cada cinco en la actualidad) sigue aumentando. Por otro, que se acumulan los pronósticos sobre el inicio de una subida de tipos de interés en la segunda mitad del próximo año, con el consiguiente incentivo a la contratación de créditos a tipo fijo. Aparentemente el Banco Central Europeo está encantado con la orientación de su política monetaria y los tipos bajo mínimo, pero la desaparición de riesgo de deflación y la activación del juego de las paridades internacionales por la subida de tipos en Estados Unidos (flujo de capitales y depreciación del euro frente al dólar), anticipan un progresivo retorno a tipos positivos en la remuneración a los depósitos en el BCE (actualmente -0,4%), con su correspondiente repercusión en el Euríbor.

Llevamos 20 años con tipos de interés reducidos y, en lo que se refiere al Euríbor, prácticamente plano desde la generalización de las políticas monetarias no convencionales, que provocaron un severo estrechamiento de los márgenes bancarios y la preferencia por los créditos a interés variable. Los bancos, sin embargo, siempre han tenido el recurso fácil de repercutir las variaciones en el Euríbor, el tipo de referencia en la mayoría de las operaciones, a los intereses que cobran a sus clientes, por lo que frente a la carga de la estrechez de márgenes siempre ha existido la ventaja de su adaptación flexible a la modificación de las condiciones. El cambio a tipos fijos supondrá asumir el riesgo de una evolución desfavorable del Euríbor y exigencia de compensaciones en forma de mayores costes y garantías, aunque la experiencia indica que los bancos suelen encontrar formas de reacción. Por ejemplo cuando los tipos de interés comenzaron a bajar tras la creación del euro, a finales de los 90, y consiguieron una adaptación razonable de las condiciones pactadas por intereses pasivos (el que pagan por depósitos).

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