Análisis

León Lasa

La 'grandezzza' de la democracia: Trump

Han de empezar a comprender los que gozan de una situación estable que ahí fuera hay mucha gente cabreada con el devenir económico

Allá por 1986, al poco de empezar a trabajar, surgió la oportunidad de hacer un cursito en una prestigiosa universidad bostoniana. Duró dos semanas y ni recuerdo de qué iba. Es lo de menos. Al acabar decidí recorrer los EEUU como un Kerouac de pacotilla: casi dos meses en los autobuses Greyhound, con mi mochila y miles de kilómetros por delante. El país que quería visitar, salvo en muy contadas ocasiones, apenas se veía en las películas. Tras una salida accidentada de la peligrosa estación central de autobuses de Nueva York -donde iba disfrazado de ayudante de Pablo Escobar-, recorrí parsimoniosamente, los estados de Pensilvania, Ohio, Indiana, Iowa, Dakota del Sur, Nebraska y Wyoming.

Me llamó la atención, sobre todo en estos últimos estados, que el tiempo, en muchos de los pueblos en los que parábamos, parecía haberse detenido en la época de Centauros del Desierto: poblaciones blancas, uniformes, de casas bajas, en muchas de las que era imposible comprar una cerveza, ver un negro, oír a un hispano; donde los granjeros -incluido Omaha- aparcaban su pick up y, de la misma forma que aquí se cogen las llaves del coche, sacaban su rifle como si fuera un amuleto. Un mundo verdaderamente fascinante para un europeo. Más tarde continué por Utah y Nevada hasta llegar a San Francisco.

Observo con sorpresa el revuelo que ha causado la victoria de Trump. Por un lado porque EEUU, salvo los estados de las dos costas, es un país muy conservador en todo. Hay estados del interior en los que la candidata demócrata -la peor de los dos, como escribía magistralmente en este periódico Sánchez Saus hace unos días: Perdió la peor- apenas ha sobrepasado un 20% de los votantes, como en Idaho o Wyoming. Y en segundo lugar -y esto es extrapolable al escenario europeo, como comienza a vislumbrarse- porque han de empezar a comprender aquellos que gozan de una situación material más o menos estable, periodistas incluidos, uno incluido, que ahí fuera hay mucha gente que está muy cabreada con el devenir económico de los acontecimientos.

No le hablen a un currante de Michigan o de la cuenca del Ruhr o de los astilleros gaditanos de sinergias, de las ventajas de la globalización, de técnicas win-win, de implementaciones financieras, de la flexibilización laboral, (normalmente por estudiosos u opinadores de despacho que no las sufren), porque ya sabemos lo que terminan significando en el mejor de los casos: trabajar más tiempo, por menos dinero, en condiciones cada vez más precarias. La victoria de Trump es un aviso a navegantes: el nivel de aguante de la población media, no de las élites de diseño, de las que Clinton es un claro exponente, tiene un punto de ebullición. Y estamos cerca de él.

PS. La progresista, liberal, tolerante, demócrata y popular Hillary ha cobrado en los últimos dos años unos 30 millones de dólares en conferencias dadas bajo el patrocinio de firmas de Wall Street. Sigamos poniendo etiquetas.

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