Las sensaciones no iban de la mano de los resultados cuando el Sevilla de Berizzo seguía la estela del Barça en la Liga y desbrozaba su futuro en la Champions ante Basaksehir, Liverpool y Maribor. Pero en cuanto se ha empinado la senda con visitas al Wanda, San Mamés y Mestalla, ese motor que no sonaba fino se ha gripado.

La fortuna obsequió a Berizzo, también a Castro y a Arias, con un tramo valle en el inicio. También el azar salvó a los sevillistas de un presente mucho peor con aquella pelota del turco Emre que salió rebotada hacia el campo tras golpear el poste derecho cuando apenas había tiempo para más. Y tuvo tintes fortuitos ese gol de Ganso en el partido más indecoroso que recuerdan los sevillistas, más que el de Moscú o Valencia: el de Getafe.

En Gerona, otra vez salió escupida la pelota tras golpear la madera en el surrealista penalti que le pitaron al Mudo. Y ante Las Palmas, ganaron los sevillistas con un caprichoso centro-chut de Navas.

La vis nada científica del fútbol, como juego que es, ha sostenido al Sevilla mientras Berizzo trataba de poner en pie su laboratorio para dotar al Sevilla de un estilo, un trazo. ¿Cantaría eureka el argentino antes de que esos intangibles dejaran de sostener ese mortecino juego al pie, previsible y plano?

La respuesta ya está ahí. Ya están los resultados a la altura de las sensaciones. Por mucho que juegue el azar, el método acaba pesando más. Quedó una plantilla descompensada (punta desmochada con Muriel y Ben Yedder), con renovaciones arriesgadas (Pareja, Carriço), marchas perniciosas en las que no se ponderaron algo más que los euros (Iborra, Mariano) y caras apuestas románticas (Navas). Y para más inri, Berizzo ha perdido el norte entre rotaciones masivas y la búsqueda, sin éxito, de trazo y carácter.

El azar, como Monchi, se fue. Y la pregunta se bifurca al despacho y el vestuario de Nervión: ¿Hay método, una idea, para que la plantilla no parezca lo que hoy parece?