Ha llegado. Casi. Preste atención. Se intuye en cuanto los nubarrones dan una tregua. Ponga en alerta todos sus sentidos porque ya está aquí. Ha llegado el día en el que La Luz de la tarde anuncia el tiempo largamente esperado. Esa luz que adivinas cuando, de repente, paseando por una calle estrecha, te la encuentras al volver una esquina. Y lo sabes, no solo porque es diferente. Esa luz te atraviesa el alma. Y te inunda unos instantes de felicidad.

A mí me pasó hace unos días. Era una tarde cualquier. Iba con prisas. Como siempre. Había llovido mucho por la mañana. El mal tiempo dio una tregua, el suficiente para que se asomara entre las nubes. ¡Ahí estás! La miré. La sentí. La disfruté. Entré en una iglesia cercana. Me senté en un banco junto a una señora que rezaba el rosario. Media docena de personas iban de un lado a otro de la iglesia. Se montaban los pasos. ¡Ahí están los faroles! Sobre el banco las caídas del palio y los varales... Se les veía felices. Muy felices. La felicidad son instantes, pequeños momentos que te atrapan. Es esa luz que nos sorprende una tarde, un paseo en un día de cuaresma, una túnica colgada de un armario, una llamada inesperada, un abrazo al colega de trabajadera que hace un año que no ves, un ensayo, a pesar de los kilos. A veces se pasea por tu lado y no la ves.

Cuando uno de estos días, al volver una esquina, te encuentres con esa luz, no la ignores. Disfruta de ella, deja que te inunde y siéntete privilegiado. No la verás en ningún rincón del mundo. Las habrá más brillantes, hasta más espectaculares, pero ninguna te provocará las mismas sensaciones. Porque esa clase de luz solo nace aquí. Es la que anuncia la primavera, ese tiempo en el que desempolvamos las emociones, desnudamos el alma, nos reencontramos con nuestros recuerdos, estrenamos otros. Esos que nos acompañarán de por vida. Es ese tiempo, cuando en Sevilla nace La Luz.

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