Vistas las prestaciones de este Sevilla en la primera vuelta, e incluyo victorias tan engañosas como las del Getafe, Girona o Las Palmas, lo mejor a años luz de lo segundo son esos 29 puntazos.
Vista la dolorosa vulgaridad que destila el equipo en su juego, como se volvió a ver ante un limitadísimo Alavés, es casi milagroso que los sevillistas aún se ilusionen con volver a la Champions. La tabla refleja que es posible. Todo lo demás, no. El cuarto está a tres puntos, pero es el Madrid. El Valencia se dispara a los 11 puntos de distancia, el Atlético a 13. Y las sensaciones, las mismas que desbancaron a Berizzo y que no mejoran con Montella -pésima gestión del partido ayer, como la noche del derbi- terminan de derretir esa tenue ilusión.
Sólo había que escudriñar en las redes sociales las reacciones del sevillismo al sorteo de Copa: un 0,01% de posibilidades le dan no pocos a su equipo ante el Atlético. Hasta hace nada, tener enfrente a los colchoneros invitaba a desfilar hasta las trincheras. Porque los sevillistas se sentían capaces de luchar con ellos y hasta ganar nobilísimas batallas, como la final de Copa en el Camp Nou.
Eran tiempos en los que el Sevilla solía repartir felicidad entre los suyos. Hoy la reparte a raudales entre los que no debe: en Moscú, en Valencia, en un alborotado y crispado Bernabéu, al Betis. A una atribulada Real Sociedad o al Alavés ayer. Y esparce billetes de 500 euros como Castro esparcía caramelos en la Cabalgata: 40 millones de euros ha costado una columna vertebral tan esponjosa como la que integran Kjaer, Pizarro y Muriel. Otra lluvia de billetes se ha ido por el sumidero de las bandas por complacer al aficionado medio con dos estampitas, que es lo que hoy son Nolito y Jesús Navas.
El marketing de La Peste ha infestado de ratas doradas las calles de Sevilla y eso, ratas por todas partes, es lo que ve el sevillista hoy al mirar al futuro. A Castro y Arias les ha salido muchísimo más caro. Casi imposible hacerlo peor.
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