Análisis

Jordi Folgado Ferrer

La revolución silenciosa de Vicente Ferrer

La pobreza es la materialización de la injusticia social. Ninguno de nosotros sobreviviríamos a un naufragio si parte de la tripulación remara a contracorriente. Eso es, ni más ni menos, la solidaridad. La idea de que los seres humanos debemos apoyarnos unos a otros para no hundirnos. La empatía y la acción nos definen como individuos y nos benefician como colectividad. El mayor logro de Vicente Ferrer fue sentirse parte de los excluidos del sistema. Recorrió los caminos de la India junto a ellos hasta su último soplo de vida: "Soy testigo directo de que es posible cambiar este mundo", decía. Caminó "hasta que se le rompían las sandalias" -afirma Manuel Rivas en su biografía-. "Ése -continúa- era el día del descanso".

Anna Ferrer explica que durante los años sesenta y setenta, los intocables adultos andaban encorvados y con la mirada baja para mostrar su sumisión. Se trataba de tener controlada su propia sombra al andar. Había que ser muy cuidadoso con la sombra. La sombra de los parias no podía cruzarse con la de nadie. Incluso en las escuelas, los niños intocables eran situados en las últimas filas y en las esquinas. En ocasiones tenían que escuchar las lecciones fuera de las chozas donde se impartían las clases. Como si se tratara de espectros, sombras o alucinaciones. No eran nada, no significaban nada. Algunos años después, cerca de 3.000 estudiantes se benefician del programa de becas preuniversitarias y universitarias de la organización. ¿Puede existir mejor legado?

Vicente Ferrer siempre consideró la pobreza como el principal problema del siglo XXI: "La pobreza es la violación más grande de los derechos humanos". Sin embargo, él siempre decía que, pese a todo, somos una sociedad solidaria y podemos mejorar si nos comprendemos mejor. Vicente Ferrer se integró de forma natural y cercana a las comunidades campesinas con el único fin de que abandonaran silenciosamente el mundo de las sombras. Su estrategia fue la determinación, el cuidado, la atención, la conectividad, la empatía y la fraternidad. Todos ellos sentimientos y conductas pensadas para incorporar al otro, tanto en las deliberaciones como en las acciones personales. Vicente y Anna Ferrer comprendieron muy pronto que en la vida no es lo mismo mirar la realidad que saber leerla. En la actualidad, y tras más de cuarenta años, el programa de desarrollo integral de la Fundación Vicente Ferrer cuenta con más de tres millones y medio de beneficiarios y casi cincuenta años en la India.

Suelo definir la bondad como todo curso de acción que colabora a que la felicidad pueda comparecer en la vida de otro. Tal y como nos decía Vicente: "Estamos aquí para remediar los sufrimientos, las injusticias. Éste es el sentido de nuestras vidas, la respuesta a qué somos, por qué y para qué estamos aquí". Cada día son más necesarias personalidades como las de Vicente. Las virtudes no se aprenden en abstracto. Hay que buscar a las personas que las poseen para aprenderlas. No hay mayor beneficio social para todos que la magnitud cooperativa, que se nutre de la bondad y la ética.

El concepto vital de solidaridad de Vicente y Anna Ferrer compone, junto a las comunidades rurales, el alma de la fundación. Pensamientos y actitudes que necesitamos que arraiguen y superen los impulsos egocéntricos e individualistas de la sociedad de consumo. Definitivamente, ser bondadoso con los demás también es serlo con uno mismo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios