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SUCEDIÓ en El intermedio. Wyoming imitó a una ilustre fregona mientras Beatriz Montañez leía las noticias. Pero la imitó con acento andaluz del bueno, para que quedara más gracioso. Y se armó. Por alusiones. Al día siguiente la propia Beatriz daba paso al correo electrónico de un espectador ofendido por la utilización, por enésima vez, del estereotipo de la chacha andaluza, esta vez en boca del gran humorista doctorado en Medicina.

Ni que decir tiene que mi pareja y yo nos pasamos inmediatamente a ver El intermedio, que explicaba con contundencia el remitente ofendido. Y Wyoming, que no tiene un pelo de tonto, obró en consecuencia, se puso el mundo por montera, y organizó un mini-hormiguero en su mesa, con unas trancas y barrancas adaptadas a sus manos, y una ironía incontestable que, imagino, haría las delicias incluso del más ofendido de sus espectadores.

Reírse de uno mismo reporta esos beneficios. Y esa terapia. Tan bien le salió a El Gran Wyoming su réplica en El intermedio que por un momento pudimos pensar que se trataba de parte del guión, de una estrategia calculada para alcanzar otro momento de gloria. En realidad, no tiene tanta importancia que el correo electrónico leído ante la audiencia fuese verdadero o guionizado. Lo realmente relevante es la capacidad del comunicador para llevarlo a su terreno, para reciclar cualquier material de modo que juegue a favor de obra. Todo un arte. Todo un objetivo cumplido sobradamente por los hacedores de El intermedio.

Fuera cierta o fuera provocada por los guionistas, la anécdota del acento andaluz nos sirvió para recordar, otra vez, cómo se pueden herir sensibilidades. Pero también cómo es posible superarlas abriendo la mente, viendo la botella medio llena, sin prejuicios y con la autoestima bien alta.

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