EL futuro son los niños. También los jóvenes, claro, y nosotros, mientras duremos. Nunca he compartido esa simpleza de "tus tiempos" (tan extendida que hay quienes dicen "en mis tiempos") que se nos dice a los que ya no cumpliremos los 60 como si fuésemos exiliados arrojados a un presente que ya no es nuestro. El problema es que ese futuro que son los niños lo diseñamos nosotros, creándoles unos marcos políticos, sociales, medioambientales y sobre todo educativos que lo condicionan hasta el punto de robárselo, de marcarlos para siempre (por lo menos a la inmensa mayoría de ellos) con nuestras carencias, prejuicios y torpezas. Piensen, por poner unos ejemplos extremos, en los niños de la Alemania o la Rusia de los años 30 que se formaron en los moldes nazis o comunistas. ¿Tuvieron la oportunidad de elegir no ser lo que fueron?
No de formas tan coactivas y determinantes, también en los países democráticos desarrollados se dan situaciones que determinan negativamente el futuro de quienes hoy son niños. El escritor y divulgador Sir Ken Robinson lo ha expresado con contundencia en una reciente entrevista: "Cuando ves a niños a los que la escuela les da un mal servicio, que abandonan las aulas pensando que son estúpidos y acaban en las calles como pandilleros, en la cárcel, en trabajos precarios o que hunden su vida en antidepresivos y alcohol… No digo que la educación sea la respuesta a todo esto, pero creo que un mejor comienzo vital les brindaría la oportunidad de descubrir sus auténticas cualidades y elegir su camino. Esto ocurre a menudo en los buenos colegios. Hay profesores estupendos que son capaces de rescatar niños al borde del abismo y encauzarlos. Cuando digo que es una cuestión de derechos humanos no es una exageración: la gente tiene derecho a dirigir su propia vida" (El País).
No, no es una exageración decir que la formación para la libertad, es decir para desarrollar competencias y dirigir responsablemente la propia vida sin someterse a inducciones o coacciones externas, es una cuestión de derechos humanos. A eso se le llama educación. La tarea más importante y la peor afrontada. El mismo Robinson ha dicho: "Antes, una carrera era todo lo que necesitabas para conseguir un buen trabajo; ahora hace falta también un máster. ¿Dónde acaba? Supongo que dentro de unos años tendrás que ganar un Nobel para trabajar". Este mal, en Europa, se llama Plan Bolonia.
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