DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Action man

ESTE fin de semana dábamos una cena para los amigos. Como no soy un artista comprometido ni un intelectual orgánico no me puedo permitir el lujo de la bohemia, ni quiero, y alguna vez teníamos que corresponder como buenos burgueses, con mucho gusto. Me temía que los preparativos iban a resultar agotadores. Había que hacer una compra inmensa, sacar los platos, colgar los cuadros, poner las luces, calzar las mesas, buscar el hielo, hacer de pinche de cocina…

Agotadores preparativos, pero a la vez inesperadamente satisfactorios. El oficio de escritor es lento e inseguro. Lo que usted lee entre el café y la tostada en dos minutos y distraído por la curiosa conversación de al lado a mí me ha supuesto sudar tinta durante un buen puñado de horas, aunque no se note. Y nunca sé si mereció la pena o es una pena. El resultado no es tangible y, en el mejor de los casos, a lo más que uno llega es a abrigar la esperanza de que con suerte no esté fatal del todo quizá. El trabajo de profesor de secundaria tampoco es, en lo concerniente a los resultados, una fuente de certezas, que digamos. Ambas actividades, exigen fe y paciencia porque los frutos tardan en verse, si hay frutos, si se ven.

Por eso, esta experiencia de hacer tantas cosas en las que uno se pone manos a la obra y las acaba y encima funcionan ha sido muy emocionante. Uno pone una bombilla y la bombilla, oh, se enciende y se apaga dándole al interruptor. Comprendo que para muchos de ustedes esto no resultará especialmente extraordinario, pero entiéndanme: yo dedico horas sin cuento a que un poema alumbre, y casi siempre hace "plaf" y se apaga o no le veo el resplandor. Con mi pasado de tópico torpe tipo de letras puras, haber sido capaz de encender al menos una lámpara ha sido toda una experiencia.

Una experiencia intensa. Las gestiones, que tanta pereza da pensarlas, una vez metidos en faena, se realizan enseguida, una tras otra. Para colmo, como nadie tenía mucha fe en mí, todos -mi mujer, mi suegra- me felicitan por cada realización con ojos atónitos. Uno siempre ha admirado vagamente a los manitas, ahora los entiendo: qué agradecido es ir solucionándolo todo a tu paso. El próximo libro que lea, en vez del estudio de Copleston sobre Hegel, será un manual de bricolaje.

Cómo se realiza uno con estas tareas que empiezan, se hacen, se terminan. Y ya, con todas mis faenas finalizadas y la mesa puesta, me quedan dos horas para volver al vicio, esto es, al oficio. Para escribir este artículo celebratorio: todavía no han empezado a llamar a la puerta los invitados y yo ya me he montado una fiesta sorpresa montando la fiesta.

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