La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Adiós a Pepe Salcedo

Gran creador, gran persona, gran compañero, gran comilón y gran reidor -tan querido- fue Pepe Salcedo

Es obligado decir, en la muerte de ese gran artista y artesano, creador y maestro del oficio del montaje, que fue Pepe Salcedo que todo arte es, antes que nada, una perfecta artesanía y que todo creador es, antes que otra cosa, un profundo conocedor de su oficio. Después vendrá el genio, la inspiración o como quiera que se llame a ese misterio de la transubstanciación laica que opera el milagro de la conversión de la materia común en una obra de arte. Pero en el origen de la obra de arte están la artesanía y el oficio. Me lo han enseñado los creadores que he tenido la suerte de ver trabajar y las ocasiones en las que he tenido la dicha de trabajar -dicho sea con toda modestia- con ellos. En las aulas me habían enseñado lo contrario, como si artesanía y oficio fueran opuestos a arte e inspiración. Mentira.

Y más mentira aún en el cine, suma de creatividades y oficios unas veces coordinados por el productor y otras por el director. La sugestión mitómana lo centraba todo en las estrellas (¡el glamour!) y la pedantería mitómana lo centró todo en el director (¡el arte!). ¿Y los productores, guionistas, directores de fotografía, directores artísticos, montadores o compositores? El cine es el montaje, han dicho muchos grandes teóricos y cineastas. No les falta razón.

Conocí a Pepe Salcedo en Semana Santa, de Juan Lebrón. No de Gutiérrez Aragón, que la dirigió, ni mía, que la escribí, ni de García Abril, que creó las orquestaciones, ni siquiera de Alcaine, que la fotografió, y de Pepe Salcedo, que la montó, sino de Juan Lebrón. Suya fue la idea, suya la producción que no reparó en medios y suya la elección del equipo. Pero la palabra última, el montaje, eso sí, fue de Pepe Salcedo.

Tuve la fortuna de asistirle en el montaje y verle trabajar con esa mezcla de artesanía, oficio, inspiración y creación que distingue a los grandes. Y él estaba entre los más grandes. Desde sus inicios de aprendizaje del oficio como asistente en películas populares de Ozores, Escrivá o Fernández -pero también en Tristana o El espíritu de la colmena junto a sus maestros Pedro del Rey y Pablo del Amo- hasta su maestría demostrada en la totalidad de la obra de Almodóvar o en sus trabajos con Borau, Chávarri, Gonzalo Suárez, Olea o Gutiérrez Aragón. Descanse en paz este gran artista, gran persona, gran compañero, gran comilón y gran reidor, tan querible, tan querido, que fue Pepe Salcedo.

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