Respira, al fin, el Real Betis Balompié y, aunque hasta el rabo todo es toro, procedería ir adoptando decisiones en aras a conseguir el Betis que merecen los béticos. Se trata, nada más y nada menos, de ir a aquello que prometió, y consiguió, Lorenzo Serra cuando llegó al club en aquel bienaventurado Día de Andalucía del 94. Y eso es acercar el potencial del equipo hasta parecerse a la de su fiel, numerosa e inasequible afición.

Y es el dúo que forman Ángel Haro y José Miguel López Catalán el encargado de poner las cuadernas para que el barco sea presentable y, por supuesto, competitivo. No sé si la cuestión es fichar mejor o poner las bases para que el compromiso del equipo se convierta en una comunión con el club. La calle dice que hay que fichar mejor y puede que lleve razón, pero aumentar la dosis de compromiso también podría acarrear unos dividendos que no siempre están en el mercado.

La situación se movió de lleno en unas arenas movedizas que la convertían en insostenible. Con los dirigentes convertidos en diana de todas las críticas y los futbolistas sabiendo que estaban al socaire de esos malos vientos, el curso ha sido para enmarcarlo y, luego, tirarlo a la basura. El triunfo de este gozoso Domingo de Resurrección sobre el emergente Eibar ha sido fundamental para un respiro que sólo se mantenía por el afán de los descolgados de no ganarle a nadie.

Aunque insisto en que hasta el rabo todo es toro, ese paso adelante debe ser definitivo para cubrir el Plan B, ese plan que, desechado el de ser décimo como mínimo por razones obvias, está logrado. Triste Plan B que ya está conseguido y que debe ser como la plataforma de lanzamiento para un Betis presentable. Una meta a perseguir denodadamente para que el bético pueda alguna vez sentirse orgulloso de su religión y vaya por la vida con la cabeza alta y sin complejo alguno.