Siempre, desde que el fútbol nació allá por terrenos del Prado de San Sebastián, el día después de un derbi ha sido largo. Con el discurrir de los años y la multiplicación de su importancia, redoblada según aumentaba el espacio informativo que recibía, ese día después se haría insoportablemente interminable. Y siempre, siempre, el perdedor sacaba una serie de argumentos colaterales que le servían para paliar lo duro de la realidad.

La realidad de un derbi y de cualquier partido estriba en cómo quedó, quién fue el verdugo y quién la víctima. Y en ese día después, la euforia, casi siempre incontenida, del verdugo se veía perturbada por el cacareo de una víctima que ya marcaba en el calendario la fecha del siguiente enfrentamiento. En esta ocasión no ha variado un ápice, unos celebran y los otros critican esos excesos, por lo que el antídoto a la victoria parece estar servido, pero sólo lo parece.

A todo esto, la proliferación chismosa que se hace en las redes sociales, mayormente sumideros asociales, embadurna el día después hasta hacerlo aún más insoportable. Ha pasado casi una semana del partido del sábado de Reyes y continúa el cacareo por ambas aceras, pero creo que lo más adecuado para que las cosas vayan mejor es que unos piensen en la cita dominical de Mendizorroza, casa del zorro en versión vernácula, y el otro en que el lunes llega el Leganés.

Son dos rivales con más peso que nombre, pues si los vascos andan atisbando la luz gracias a los buenos oficios de Abelardo, los del sur de Madrid se han proclamado como la revelación de la temporada. A fuer de rentabilizar el gol con un sistema defensivo coriáceo sólo superado por los de Valverde y Simeone, están donde ni a echarse a soñar. Por tanto, convendría que el fútbol según Sevilla se dejase de pelillerías pretéritas para mirar lo que ya está ahí. Es sólo un consejo.