La ciudad y los días

Carlos Colón

Alberto Fernández Bañuls

DENTRO de mucho tiempo, cuando creamos haber encajado tu pérdida, el dolor de tu ausencia nos asaltará por sorpresa al bajar por Gerona camino de San Juan de la Palma o al hacernos un hueco en las apreturas de la Confitería Santa Catalina. Y ni tan siquiera será necesario palpar tu ausencia allí donde tu amistad dejó su huella. Estaremos leyendo o escribiendo y de pronto, sin razón alguna, parecerá que estás junto a nosotros. Entonces diremos tu nombre, bajito, como si te llamáramos o respondiéramos a tu llamada; y lo diremos en macareno, es decir, sonriendo y llorando al mismo tiempo.

Nos dolerás cuando a ti te dé la gana. Tus amigos de desayunos te echaremos de menos cada domingo. Y yo te echaré especialmente de menos cada primer viernes de marzo. Porque aprendimos a querernos citándonos de año en año, para besar a nuestro Jesús Nazareno y tomarnos después un café y una torrija en Los Estepeños. Así empezó esta amistad nuestra que sólo acabará cuando yo también me muera.

Se abrazaban en ti todas las Sevillas posibles. La Institución Libre de Enseñanza y el Baratillo de tu infancia; el republicano morado castellano y el morado de las túnicas del Valle; Bach y Antonio Mairena; Góngora y Casa Moreno; Antonio Machado y tu cofradía del Silencio; el negro ruán que vestiste y el terciopelo verde que añorabas; el cartelón de Addy Ventura en el Álvarez Quintero y Claudia Cardinale en La chica con la maleta, bajando por una escalera mientras sonaba Celeste Aida; el socialismo humanista de Fernando de los Ríos y el recio cristianismo que te enseñó (¡cuánto te gustaba el Salmo de Jesús del Gran Poder de Núñez de Herrera!) "este Dios honrado y fuerte que aún lleva sobre sí las briznas de la carpintería de José y el dolor antiguo de los proletarios", a quien tú, como tantos sevillanos, llamabas simplemente el Señor. ¡Qué rara ave eras, primitivo y socialista amigo! ¡Y qué bien nos habría ido y nos iría a todos si en esta ciudad nuestra hubiera más Albertos Fernández Bañuls! No pudo ser. Sólo hubo uno. Esa fue tu grandeza.

Bien te cuadran, por ello, estos versos del Retrato de Manuel Machado que tan bien recitabas con tu voz honda, liberado de tartamudeos: "Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-, / con Montmartre y con la Macarena comulgo... / Y antes que un tal poeta, mi deseo primero / hubiera sido ser un buen banderillero". Tan bien te cuadran, que hiciste realidad los dos versos que lo ultiman: "Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa es alegre, / aunque no niego que llevo prisa". Y tanta prisa que llevabas, amigo. Como que ya te has ido.

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