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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

AJENOS a la polémica sobre el disparatado sobrecoste del edificio y sobre su estética, los obreros alemanes de la empresa FinnForest que montan las enormes piezas de las setas de la Encarnación van a lo suyo y llaman la atención del respetable por su rigurosa y sistemática forma de trabajar. Colgados de los andamios que se van montando y desmontando, en adecuada coordinación con los magníficos gruistas de Sacyr, con otras cuadrillas de la constructora española, o con subcontratas, en su labor de ensamblar el complicado puzle de los parasoles son un ejemplo a tener en cuenta para los profesionales sevillanos de la construcción. A la vista de transeúntes y vecinos, y sin vocación alguna de exhibirse, muestran lo que se echa en falta en demasía.

Toquemos madera, de la finlandesa que instalan, para que la seguridad de operarios y viandantes prosiga sin mácula en un lugar tan complejo. Es más factible a tenor de la concentración que demuestran los germanos reenganchando sus arneses de seguridad cada vez que van a dar un paso en la estructura tubular de los andamios por la que han de moverse de arriba abajo y de un lado para otro para ensamblar las grandes piezas. Concienzuda educación de seguridad laboral que baja enteros entre los españoles que, en las alturas, a veces se disipan, charlan o piropean a alguna mujer que pasa cerca.

El contraste más chusco se ve a la hora del almuerzo. Por un lado, bajo las dos setas centrales, alemanes comiendo juntos alrededor de una mesa con bancos. Por otro, desparramados fuera del vallado de las obras, sentados en bordillos, poyetes o sobre pilas de losetas, grupos de obreros españoles en posturas incómodas, tirados por los suelos a la vera del prójimo que pasa andando. No se percatan de la percepción que provocan, como si hubiera europeos de primera y de segunda. Para equipararnos a los alemanes en el tajo, el primer paso es tener conciencia de la propia dignidad. A partir de ahí, todo viene rodado.

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