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Tribuna Económica

Joaquín / aurioles

Alemania contra Grecia

NO es David contra Goliat. Tampoco es la anarquía frente al orden establecido. Ni siquiera es un choque de ideologías. Es simplemente un nuevo escollo en el desarrollo de un modelo de integración política que no consigue ganarse, por más que lo intenta, el beneplácito de los ciudadanos. Ni en los países centrales ni en los periféricos. En unos y otros los extremismos encuentran en el anti-europeísmo un campo fértil para su retorno a la primera línea política, aunque las fisuras en el proyecto ya se hicieron evidentes con el cambio de siglo y el fracaso de la Agenda de Lisboa. Comenzaba a circular el euro, se producía la ampliación al Este y aparecían los primeros episodios de desencuentro, cuyo punto álgido se alcanzó en 2005, con la retirada del proyecto de Constitución Europea, tras el rechazo mayoritario en referéndum por Francia y Holanda. Aunque la casuística era compleja y diferente según el país (puede verse un análisis detallado en García Valdecasas, Real Instituto Elcano, Europa - ARI N. 159/2005), el rechazo resultó lo suficientemente explícito como para detener una consulta que amenazaba con convertirse en una desautorización en toda regla a la Europa que se estaba construyendo, en la que, por cierto, la influencia alemana comenzaba a destacar sobremanera. Fue evidente en el caso de la ampliación al Este, pero también en el diseño institucional de la Eurozona, sobre todo en el caso del Banco Central Europeo (BCE), concebido a la imagen y semejanza del Bundesbank y fijando su sede en Fráncfort. En cualquier caso, la retirada del proyecto de Constitución y la anulación de los referendos no impidieron que tanto los gobiernos como las instituciones comunitarias hayan podido comportarse como si hubiesen conseguido un apoyo que nunca obtuvieron.

En el resto de Europa comienza a percibirse que el órdago griego puede conseguir adhesiones en forma de resistencia a la sobreponderación política de la que goza Alemania, sobre todo tras el fracaso de la estrategia europea contra la crisis y los elevados costes para la periferia. Sin embargo, Grecia no puede ganar. Algunas de sus instituciones, como el sistema de pensiones o la fiscalidad, son incompatibles con la integración en Europa, pero sobre todo, no dispone de fondo de armario para sobrevivir al vencimiento del programa de ayudas, a finales de este mes, aunque todavía tiene en su poder una carta importante. Ambos saben que Alemania tampoco puede ganar. Incluso si, como es probable, imponen su rechazo a una amplia reestructuración de la deuda griega, éstos habrán conseguido sembrar una semilla contra la actitud alemana que podría convertirse en una grave amenaza para la estabilidad del euro. El primer golpe bajo lo habrían dado los griegos, pero con la suficiente habilidad como para dejar la pelota en terreno adversario y la responsabilidad en manos de Alemania, que deberá decidir ante una opinión cada vez más extendida de que, incluso para el BCE, el problema de fondo en Europa no es la deflación, sino el fracaso en la lucha contra el desempleo y que la solución no puede venir dictada por el bolsillo del contribuyente germano.

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